“¿Qué es una granja? Un zoológico de mierda” (Sacha Baron Cohen).
¿Qué es un Ecoparque? En principio es un lugar que funciona donde antes funciona el Zoológico. Un lado B, una versión alternativa del Zoo, algo más acorde a los tiempos que se viven, donde los perros se humanizan y la vecina del 4 B tiene un salchicha peludo que se llama Ramón de Estoril.
«Parque» ya sabemos qué quiere decir. «Eco» viene de ecología, una palabra que siempre se parece al amor. Duele decirlo, pero de eso no se vive. En la pandemia, en medio de la postal soviética de la gente buscando el ágora, cuando se hablaba de “nueva normalidad”, el Ecoparque recibió la visita de dos hechiceras.
“Nos llamaron con la misión de mejorar la energía del viejo Zoo”, contó una de ellas, la del sombrero mágico. “Los animales estaban tristes, estresados. Además extrañaban a los chicos que, con los cambios en el predio, habían dejado de ir masivamente mucho antes del Covid-19. El tema crucial era el cambio de paradigma de zoológico a museo interactivo”.
Con su taller a mano de elementos sagrados las vimos entrar al predio: pastas alquímicas, gemas, cristales para sembrar elixires. “Hablamos con los animales, les prendimos velas, desparramamos pétalos de flores, hicimos inventarios de deseos…»
Donde está la parejita comiendo una «crepas», antes había leones. Foto Luciano Thieberger. Por las dudas, cabe decir que esa intervención no la pagó el Gobierno, sino que salió del propio patrimonio del funcionario encargado del lugar. Luego de la visita, se decidió trasladar a la elefanta Mara a un santuario de Brasil. Y el rinoceronte dejó de descomponerse tanto.
“La elefanta estaba completamente destruida. Yo conecté con su alma, con el alma de la elefanta, y le hice la promesa de que ella iba a salir de ahí. Comprometí toda mi energía con Mara”.
Pasaron dos años. ¿Qué habrá sido de Mara? ¿Le seguirán diciendo Mara? ¿Ella se reconocerá por su nombre? ¿“¡Ey, Mara!»» y ella se dará vuelta como Robert De Niro diciendo Are you talking to me?
«No, no te podés sentar ahí». Ah, perdón. El pasto del Ecoparque es para mirar. Entrar es estar condenado a caminar. Ni para un pic nic ni para tomar mate. El pasto se mira y no se toca. En nombre de la interacción con el medio ambiente, las cosas son como son. Bueno, ok, vamos a ver animales. “Hola, discúlpame, ¿dónde hay animales?”
El Ecoparque abre todos los días de 11 a 18. Foto: Luciano Thieberger. Un carpincho como los de Nordelta, pero más chiquito. “No es un carpincho, es un mara”. ¡Mara, como la elefanta! De Nordelta vino el puma que ahora ocupa una fosa gigante, tan grande que saber ubicarlo es un trabajo de paciencia y capacidad de espera. Quince minutos buscando al puma.
“Debe estar durmiendo. A veces se esconde. El puma en cuestión fue víctima del mascotismo y tráfico ilegal, por eso no puede volver a la naturaleza. La gente que explica lo que pasa en el Ecoparque está totalmente comprometida con la causa. Deben ser los empleados públicos menos gasallescos de este país.
La famosa leonera ahora se convirtió en un local sumamente pintoresco. Es un comercio gastronómico sin igual. No se registra nada semejante. Detrás de las rejas, venden panqueques, “crepas”. Pasás y está decorado de manera temática, con cuadros de fieritas estilo Warhol junto a frascos apilados de nutella. Uno es Clarence, el león bizco de Daktari. Otro debe ser Milei.
Tras los barrotes hay gente sacándose fotos con las manos como garras. La escenografía se encarga de construir un suspiro (uno) de nostalgia imprevista. Vos le podés decir a tus hijo: yo permití que un león me mirara y me viera.
Podés decirle: eso nos hizo iguales. Nos miramos en el blanco de los ojos. Ellos, en cambio, nunca van a saber lo que es un león. ¿Querés un zoológico, nene? Poné Madagascar.
La elefanta Mara continúa su vida en el santuario de Brasil. Foto Global Sanctuary for ElephantsCualquier urbanita de a pie especularía lo mismo: el animal en cautiverio tiene comida asegurada, veterinarios a mano y ausencia absoluta de predadores. O sea, en un zoológico, el animal solo estaría para lucirse.
“Bueno, los menos detractores creen que de no ser por los zoológicos, muchísimas especies endémicas ya habrían desaparecido”, nos dice una trabajadora del Ecoparque.
Pasás por donde se avistan, a lo lejos, dos elefantes y sentís -por un momento- que nada ha cambiado. Leemos un cartel que dice “sí, esto es caca de elefante”. El letrero deja sentando precedente de qué clase de desecho se maneja puertas adentro del Ecoparque. Es un tema serio: en el futuro, dicen, el papel se fabricará con caca disecada proveniente de este animal.
Una cuidadora nos explica que los únicos dos ejemplares de elefante que quedan van a ser trasladados. ¿Se van? “Prontito, sí”. Ultimo resabio de exotismo, sin contar el camello de 22 años con artrosis. Cuando esto suceda habrá que acostumbrarse, con suerte, a los animales autóctonos.
El ex Zoológico porteño se transformó a fines de 2016. Fotos: Archivo Clarín¿Qué diría Sarmiento, que pegaba gritos a toda hora y cargaba ideas como quien carga bolsas de cemento? ¿Estaría de acuerdo con el Ecoparque? Al tipo no le importaba la elegancia. Sarmiento pensaba “la puta que lo parió” y escribía “la puta que lo parió”.
Encabezó la Sociedad Protectora por cuatro años y creó el Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires en 1888. En su casa tenía perros, gatos, loros y un ave zancuda que hacía de ama de llaves.
Las jaulas, casi todas, están vacías y al decir de la gente del Ecoparque son como «cárceles». La propuesta es recorrerlas como descubriendo los secretos de la cárcel de El Petiso Orejudo en Ushuaia, pero en clave de chimpancés y orangutanes.
El guacamayo es un ave muy linda. Llena de colores. Por lo visto puede convivir pacíficamente con ratas que rajan por las ramas. Los roedores van, vienen y pasan por al lado de la cotorra imperial con la naturalidad del caso.
Hay jaulas semicirculares. Un poco incómodas para imaginarlas como patio de comidas. Los maras se familiarizan con la gente y están en todas partes. Son como los gatos del Botánico. Los ves de cerca, adultos, cachorritos. Resultan una mezcla de liebre con algo más.
En uno de los food truck, cordero patagónico con cebolla caramelizada y papas, 3.500 pesos. Ternera braceada con barbacoa, mismo precio. Maquetas de aves rapaces. Un lago de Palermo con puente de avisataje y ni un solo pato.
Los pibes no se ven muy interesados por la fauna. “¡Mirá, mirá…”, señalando una hembra de guanaco. El nene prefiere correr por ahí.