miércoles, 1 mayo, 2024
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«Hay un asesino suelto»: el alerta de la mamá de un modelo ejecutado de un balazo

Dejó el trabajo para criar sus hijos, que lloraban cuando se iba. Le mataron a la luz de sus ojos en un asalto. Se infiltró en villas, vestida con harapos, buscando a los asesinos. Sin darse cuenta, descuidó a su esposo y a sus dos hijas. Pasó noches enteras sin dormir. Asumió el rol de investigadora frente a la ausencia del Estado. Viajó a Paraguay, donde encontró al que había disparado y logró que lo detuvieran, siete años después. Se encargó de buscar a los testigos y convencerlos de superar el miedo a declarar. Venció al cáncer. Y la Justicia le dio la espalda, una y otra vez.

Todo eso -y más- es Matilde Sarubbi (65), mamá de Diego Rodríguez (28), el incipiente modelo de la marca Dufour ejecutado de un tiro en la cabeza el 4 de octubre de 2010, en Liniers, cuando llegaba a la casa de los padres de su novia para salir a cenar con ella. Este domingo es el decimocuarto Día de la Madre que no está para abrazarla y decirle «te amo«.

Edgar Romero Ruiz Díaz tenía 17 años al momento del crimen. Nacido en Paraguay, vivía en la Villa 15, conocida como Ciudad Oculta, en el barrio de Mataderos. Fue quien gatilló la pistola. Llegó hasta el Pasaje El Chacho al 6800 pasadas las nueve de la noche en un Fiat Palio robado, junto a dos cómplices que hoy están muertos.

En 2019 le dieron una condena irrisoria en un juicio abreviado. De los 12 años, quedó en 6 porque era menor cuando mató. El 2 de agosto pasado salió del penal de Marcos Paz. Sí. Ya está libre.

Diego Rodríguez, el modelo asesinado en Liniers en 2010.Diego Rodríguez, el modelo asesinado en Liniers en 2010.«Le aviso a toda la República Argentina que en este momento hay un asesino suelto«, advierte Sarubbi en una entrevista con Clarín mientras «Luna», la perra caniche que llegó a su vida poco antes del homicidio de su hijo, ladra sin parar en la misma casa que comparte con su marido, hoy al borde de los 68 años, empleado en una casa de repuestos para autos.

Se conocieron siendo adolescentes. Ella, con 16; él, con 18. Dormía la siesta, un domingo, en la casa del barrio de Villa Santa Rita, cuando su mamá, italiana, la sobresaltó: «Matilde, levantate que vino el hijo de Don Luigi«. Estuvieron cuatro años de novios y se casaron en 1978.

La portada de Clarín y de la sección Policiales al día siguiente del crimen del modelo Diego Rodríguez, en 2010, en Liniers.La portada de Clarín y de la sección Policiales al día siguiente del crimen del modelo Diego Rodríguez, en 2010, en Liniers.Su fruto del amor son tres hijos: dos mujeres y Diego, que era el del medio. A ellas siempre las preservó de las luces de las cámaras. Porque se metió con gente peligrosa. Porque puso en riesgo su vida y sufrió amenazas. Porque tuvo el coraje que no tuvieron los funcionarios.

La dolorosa despedida

Aquella noche del 4 de octubre de 2010, Matilde preparaba un tuco para un estofado en su casa. «Uy mamá, qué olor, qué rico«, se tentó Diego, que ya había arreglado con Luján, su novia, para salir a cenar afuera. Antes de subirse a su Ford EcoSport, se volvió dos veces para decir adiós. «Mamá te amo, mañana nos vemos, no fumes«, lanzó.

Como su papá descansaba en su cama, no quiso molestarlo. «No lo despierto, mañana lo veo«, aseguró. Ese mañana nunca llegaría. Diego le dio otro abrazo a Matilde, le repitió que la amaba y se fue. «Cerrá la reja«, agregó, en el mismo tono protector de siempre.

La camioneta Ford EcoSport que manejaba Diego al momento del crimen.La camioneta Ford EcoSport que manejaba Diego al momento del crimen.Diez minutos más tarde, sonó el celular de la mujer. La llamada era de su nuera, pero la voz era del papá de la joven: «Le quisieron robar a Diego, le pegaron un tiro«. Matilde estalló en un grito desesperado: «¡¿Dónde?!«. El hombre no supo cómo continuar la charla y cortó.

Lo que siguió fueron escenas dramáticas en el Hospital Santojanni, adonde el modelo aguantó hasta las cinco menos cuarto de la madrugada: atravesó dos operaciones, aunque no pudieron pararle la hemorragia en la cabeza.

El neurólogo les avisó a los papás: «Está en las manos de Dios«. Pero Matilde no escuchaba, no quería escuchar. Le apretó fuerte las manos y exclamó: «¡Sálvelo, usted puede!«. A los pocos minutos, a Diego lo sacaron en camilla, con la cabeza vendada, inconsciente, para hacerle una tomografía. Su mamá corrió por el pasillo. Desorientada por el impacto anímico, limpiaba con sus manos las gotitas de sangre que iban cayendo al piso, como si eso pudiera parar la hemorragia. Su marido, en shock, no sabía qué hacer.

Madre coraje. Foto Matías CampayaMadre coraje. Foto Matías CampayaDespués les permitieron pasar a despedirlo. Matilde nunca se dio cuenta que era para eso. «Diego estaba intubado, tenía cables por todos lados, la cabeza toda vendada. Yo lo tocaba y lo acariciaba, tenía ganas de apretarlo como cuando era bebé, pero pensé: ‘Lo voy a lastimar‘… Me quedé con esas ganas, con la necesidad de abrazarlo fuerte«, recuerda y los ojos se le llenan de lágrimas.

Mientras esperaban en el pasillo, a metros de la sala de terapia intensiva, Matilde oyó el «piiiiii» del monitor que marcaba los signos vitales. El corazón de Diego había dejado de latir.

El increíble derrotero de una madre coraje

Al joven lo sepultaron en el Cementerio de la Chacarita. «Hace cuatro meses que no voy. Antes iba todos los domingos, pero me tenía que arrastrar mi marido para volver. Mis hijas fueron una sola vez. Me dicen: ‘Perdón, mamá, pero Diego no esta ahí«, cuenta la mujer.

Matilde tiene voz de fumadora. «Un paquete y medio por día», admite, con culpa. Es una deuda que tiene con su hijo, quien siempre le pedía que dejara el cigarrillo. Sobresalen sus ojos claros y lleva el pelo rubio como siempre.

Cuando se metió en Ciudad Oculta, se puso peluca, anteojos negros y se vistió como indigente. Iba a una estación de servicio en la entrada y ahí organizaba su jornada, porque lo tomó así, como algo personal, porque la Justicia no hacía nada. No le importaban los riesgos. Solo se juró no involucrar a sus dos hijas, que no sabían lo que ella hacía.

Una de las marchas que se hicieron por Diego. Lo mataron días después que a Matías Berardi (16), este último en un secuestro.Una de las marchas que se hicieron por Diego. Lo mataron días después que a Matías Berardi (16), este último en un secuestro.Conocía a un remisero de la villa y entraba por la parte del ombú. Pasaba por las casas de los sospechosos. Indagaba, investigaba, buscaba testigos. «Ojo que están en los pasillos cargando las armas para salir de recorrida«, le advertían sobre las bandas de delincuentes del barrio.

Allí supo que al asesino se lo había llevado a Paraguay su padrastro, que trabajaba en la construcción. Lo sacó de Ciudad Oculta tapado con alfalfa, en la caja de su camioneta roja. «Mamá, me tengo que ir porque me mandé una cagada«, reconoció el adolescente antes de desaparecer.

La madre del modelo pidió entrevistarse con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Jamás tuvo respuesta. «Para ella, yo era un cero a la izquierda y mi hijo, un número«, comenta. Logró que el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, la recibiera, pero la reunión terminó mal, antes de la marcha del 7 de octubre de 2010 donde más de 7.000 personas reclamaron por seguridad en la Plaza de Mayo.

«Nos mostró un gráfico donde señalaba que el índice de mortalidad por casos de inseguridad estaba bajando. Mi yerno saltó: ‘¿De qué índice me estás hablando?‘», evoca la mujer. Aníbal no era de quedarse callado y la cosa se puso tensa.

Matilde y su marido, poco después del crimen de su hijoMatilde y su marido, poco después del crimen de su hijoLo cierto es que la investigación «avanzaría», curiosamente, al día siguiente de la marcha. «Quédese tranquila, señora, no haga caso a los medios que ya tenemos a los asesinos«, le anunció el jefe de ministros. Habían entrado a la villa a «arrasar» con lo que encontraran y agarraron a «dos perejiles», según Matilde. Tenían antecedentes, pero no eran los asesinos de Diego.

A Diego Aaron Gayoso Sartorio lo capturaron en el barrio Cildañez (Villa 6), en Parque Avellaneda, porque descartó la pistola Pietro Beretta 9 milímetros que se usó en el homicidio. «Llegó a juicio y era reincidente, pero se fue en el ascensor con nosotros, no quedó preso», sostiene Matilde, quien cree en «la Justicia divina«, ya que lo terminaron asesinando.

La mujer pasó horas frente a la computadora, armando perfiles falsos en las redes sociales, en busca de algún dato. Tomaba antidepresivos, pastillas para dormir. Recorrió los pasillos de tribunales, de Interpol, de Migraciones. Siempre la acompañó un abogado que era el mejor amigo de su hijo, Mariano Facciuto. Luego se sumó el experimentado penalista Fernando Soto.

Diego Rodríguez y su mamá Matilde Sarubbi.Diego Rodríguez y su mamá Matilde Sarubbi.Sufrió amenazas. Le escribieron en portón enfrente de su casa: «Callate la boca«. Pasaban en auto y le gritaban: «No hables más, vas a ser boleta«. La llamaban por teléfono a las 3 de la madrugada y un hombre simulaba ser su hijo: «Hola mamá, soy yo, ¿cómo estás?«. Escuchaba la respiración de alguien y le cortaban. Tuvo custodia las 24 horas durante tres años.

Edgar Romero Ruiz Díaz cayó finalmente en agosto de 2017 en San Lorenzo, Paraguay, con los datos que le dio Matilde a la Policía Federal. Lo extraditaron y llevaron al penal de Marcos Paz. «Eso fue gracias a la ministra Patricia Bullrich. Parecería que fuera algo político porque hoy es un momento electoral, pero no es ni más ni menos que la verdad, porque fue la única persona que me escuchó», resalta Matilde.

El inesperado cara a cara con el asesino

El juicio tenía fecha para el 4 de agosto de 2019. El mes anterior, Matilde fue a los tribunales de Comodoro Py a buscar unas fotocopias del expediente, pero le respondieron que el último cuerpo no se lo podían dar porque lo estaban «usando». Tuvo un mal presagio que a los pocos minutos se cumplió, cuando vio pasar caminando, esposado, al asesino, por un pasillo.

La fiscal Patricia Quirno Costa primero le negó que fuera él. Pero al rato volvió a pasar. Esta vez sí se miraron. El sospechoso no le bajó la vista, aunque ella se bloqueó. No le salió una palabra. «Me empezaron a temblar las piernas y me quedé con las ganas de decirle de todo, me descompuse», recuerda.

Edgar Romero Ruiz Díaz, cuando cayó preso.Edgar Romero Ruiz Díaz, cuando cayó preso.Lo cierto es que, a esa altura, ya estaba todo cocinado: a sus espaldas, el Tribunal Oral de Menores de Capital Federal N° 3, a cargo de los jueces Sergio Real, Gustavo González Ferrari y Fernando Pisano, había resuelto la ridícula pena en juicio abreviado, lo cual fue aceptado por la fiscal.

«Le supliqué, le lloré. ‘No hagan el abreviado, ya me dieron fecha de juicio, no haga esto‘. Su respuesta fue cara de piedra», apunta Matilde y se indigna: «Al menos le podrían haber dado 25 años y ahí que le redujeran a la mitad porque era menor de edad. Ahora, con 30 años, está disfrutando de la vida».

A la mujer le rechazaron sus planteos dos veces en Casación. La tuvieron cuatro años en espera. Allí fue cuando se enfermó de cáncer y la operaron dos veces, en 2020. «Se me formó en el conducto mamario, del lado del corazón. Los médicos del Hospital Italiano me dijeron que eso tiene mucho que ver con la parte emocional, porque no era hormonal», enfatiza.

Matilde superó un cáncer y atravesó innumerables dificultades. Ya dejó de mirar hacia atrás. Foto Matías CampayaMatilde superó un cáncer y atravesó innumerables dificultades. Ya dejó de mirar hacia atrás. Foto Matías CampayaCuando el responsable del crimen quedó libre, Soto le avisó por teléfono. Lloró en soledad y le habló a Diego, al que esperó meses que golpeara la puerta de su casa hasta que su esposo logró convencerla de que eso no iba a suceder. «Mamá hizo todo lo que pudo«, soltó. Estuvo una semana con depresión hasta que dijo «basta«.

Ya no le queda «nada» por hacer. O sí: empezar de nuevo con su marido, mirarse otra vez, hacer algún viaje, disfrutar en familia: «Al asesino no le tengo ni bronca«, concluye Matilde, con la sombra indeleble de su hijo: «Donde voy yo, está él, lo tuve que incorporar a mí para seguir viviendo y mirar a mi familia. Viaja conmigo». Y ahí su sonrisa se vuelve a iluminar, como esa inolvidable sonrisa de Diego.

EMJ

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