Demagogo histriónico, Javier Milei emergió presidente enraizándose en un potente consenso negativo hacia aquello visto como la “vieja política”. Max Weber podría haber definido la suya como una legitimidad carismática, nacida de condensar aquello que sentían millones: furia. Su figura era, a la vez, punto de intersección entre dos agendas incompatibles en el largo plazo: la del gran capital, que exigía un ajuste intenso; la de millones de almas cansadas, que clamaban llegar a fin de mes.
Durante la última década, apelando a todos sus recursos, el poder económico construyó ideológicamente ese consenso del “ajuste necesario” que publicitó Milei. Sin lograr la totalidad de sus objetivos, esa contrarreforma económica y social avanzó, desarmando parte de la estructura productiva nacional y destruyendo el nivel de vida de las mayorías trabajadoras.
Pero el abajo resistió. El rechazo social fue in crescendo. Se condensó en innumerables medidas de lucha -muchas de ellas masivas- a lo largo de estos dos años. Encontró un canal en las urnas, el pasado 7 de septiembre. Y se abrió paso hacia la superestructura política, facilitando el giro discursivo de muchos de quienes habían avalado con sus votos el ajuste libertariano.
Ese extendido repudio social a un modelo de ajuste está licuando las bases del proyecto mileísta. El efecto inmediato es una creciente caotización de las variables económicas, financieras y sociales. Este jueves el Riesgo país superó los 1.400 puntos y el BCRA quemó USD 300 millones para sostener el precario equilibrio de la divisa norteamericana.
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En este escenario crítico, la élite empresaria delinea salidas. Lo esencial, a sus ojos, es no perder lo conquistado; sentar bases para continuar. En respuesta, con urgencia, la clase trabajadora y el pueblo pobre debe construir una salida propia. Una que avance sobre las riquezas y el poder de esa minoría explotadora que nuclea, entre otros, apellidos como Galperin, Rocca, Elsztain, Eurnekian y Magnetto.
Socio para el ajuste se busca
La desbandada política oficialista se acelera. A las ruidosas internas se le suman las defecciones. Desde hace semanas, ofrece el rostro de una minoría parlamentaria impotente, incapaz de parar una. El presidente, mareado, alterna mensajes falsamente conciliadores con chicanas y acusaciones. Entregado a la fatalidad, hace campaña electoral mientras ve derruirse su capital político.
Sobre la mesa aparecen opciones, eventuales salidas. El periodista Iván Schargrodsky consignó un encuentro entre el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y empresarios como Eduardo Eurnekian (Corporación América) y Eduardo Elsztain (IRSA). El funcionario se ofreció como garante de una nueva línea gubernamental, orientada a los consensos.
Pero la escena política parece ofrecer pocas posibilidades para un gobierno de consensos. Obligada por el calendario electoral, la oposición que agrupa a los gobernadores (Provincia Unidas) marca diferencias. Se vio este miércoles en la Cámara de Diputados; repitió el jueves en el Senado.
Crisis en curso y acelerando por las tensiones económicas, impide cerrar hipótesis. En un escenario de mayor tensión social, podrían emerger modalidades de un “gobierno de unidad nacional”, que nuclee a oficialismo y a fracciones de la oposición colaboracionista. Veinticuatro años atrás, ante el hundimiento de Fernando de la Rúa, Raúl Alfonsín alentó el ingreso de Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov como Jefe de Gabinete y ministro de Economía respectivamente [1]. La rebelión de masas que estalló el 19 y 20 de diciembre de 2001 hizo inviable esa salida.
En aquella crisis nacional, el pueblo trabajador tuvo la potencia para derribar esa gestión de ajuste, corrupción y represión. Encontró límites a la hora de ofrecer su propio salida política y programática.
Los jefes de Milei
Aun sin haber realizado el conjunto de su programa, el gran empresariado avanzó pasos importantes en la era Milei. Atacando condiciones laborales y salarios; facilitando la precarización de la clase trabajadora; poniendo límites al derecho a la protesta; despidiendo a miles de trabajadoras y trabajadores del Estado, dañando aún más funcionalidades esenciales en áreas como salud, educación o derechos humanos.
El ataque incluyó, además, facilitar las condiciones para la acumulación del gran capital. Consagrado en la Ley Bases, el RIGI -aun con dudosos resultados- da testimonio de esa rendición abierta ante el interés burgués.
En estos casi dos años, mientras el nivel de vida obrero y popular se derrumbaba, la élite económica concentró beneficios siderales. Un ejemplo es el de las privatizadas vinculadas a la energía: Edesur, Edenor y Metrogas embolsaron juntas más de $200.000 millones de ganancias en el primer semestre de este 2025. El monto da un promedio de $1.000 millones por día. Otro, el de los grandes bancos privados, que obtuvieron ganancias por $3 billones de pesos entre junio de 2024 y mayo de 2025. Uno más; el de las grandes patronales del campo, que embolsarán USD 1.189 millones por la reducción de retenciones.
¿Y el peronismo? ¿Y Candela?
Barajando opciones ante la declinación oficial, el gran empresariado mira atento hacia las provincias; hacia ese poder político-territorial que conforman los gobernadores. A esa opción política le sobra voluntad de gestionar un ajuste; le falta una pata en la inmensidad del conurbano bonaerense.
Perturbado, ansioso, incómodo, parte del poder económico se pregunta si no habrá llegado el momento de mirar nuevamente al peronismo. Un suerte de “Plan C”, que requiere salar heridas. Una eternidad en tiempos políticos: hace solo tres meses, a las órdenes de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), la Corte Suprema de Justicia proscribía políticamente a Cristina Kirchner. El peronismo, conservador y conformista, pronto convirtió el reclamo contra esa arbitrariedad en simple eslogan de campaña.
El establishment ya le toma lección a un Axel Kicillof que, termo y mate en mano, se pasea por Clarín y La Nación. El gobernador -que aplica su propia modalidad de ajuste puertas adentro de PBA- elige la moderación, condenando cualquier ruptura con el FMI como “infantil”. Omitiendo, asimismo, cualquier mención crítica hacia el poder económico que, valga la redundancia, empoderó a Milei.
Condensa la orientación general de su partido, escenificada también en las candidaturas para el 26 de octubre, que parecen decididas por Alberto Fernández. Bajo una estrategia paralizante, el peronismo invita a esperar a 2027, mientras construye una remake ampliada de esa farsa que constituyó el Frente de Todos. La CGT, lógicamente, marca el paso en el lugar: lo suyo es la traición y la tregua. Pase lo que pase.
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Juan Grabois no escapa a esa moderación. La belicosidad discursiva que precedió al cierre de listas tenía por destino negociar lugares en las mismas. El dirigente de Patria Grande propone fracasar por centésima vez en la utópica tarea de “reformar el peronismo desde adentro”. Ofrece, al mismo tiempo, la inestable estrategia de conquistar diputados y senadores para “ponerle límites” a Milei. El plan choca con la experiencia reciente: en más de una ocasión, el peronismo aportó votos al ajuste mileísta.
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La «estrategia» de Grabois contra Milei es «rezarle al Espíritu Santo» para que » lo ilumine». Sino, tener los 2/3 del Congreso. Sino «judicializar». Una perspectiva de absoluta impotencia. A Milei se lo derrota en las calles, cosa que el peronismo no quiso ni quiere hacer. pic.twitter.com/nakg64NiNB
— eduardo castilla (@castillaeduardo) September 17, 2025
El poder detrás del poder
El gran capital aun parece apostar al bufón de Milei y su maquinaria de ajuste salvaje. Pero si el personaje principal resulta insostenible, otros serán los protagonistas de esta farsa antipopular. El poder económico exige seguir avanzando.
La clase trabajadora y el pueblo pobre necesitan su propio programa frente a la crisis nacional. Uno que ataque las ganancias y la riqueza concentrada de los grandes capitalistas. Que impida al capital financiero y a los bancos seguir caotizando la economía. Que imposibilite a las grandes alimenticias especular a costa del hambre de las familias humildes. Que frene el constante drenaje de la riqueza que producen millones de manos en territorio nacional.
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La salida del peronismo no apunta en esa dirección. Ofrece, a lo sumo, una moderada distribución de aquella riqueza que el capital no logra apropiarse. Su moderación política es el correlato de ese conservadurismo programático.
Persistente, convencida, la resistencia social es un punto de partida para una salida propia de las mayorías trabajadoras. Es preciso apuntalarla y profundizarla. En las luchas contra los despidos, condiciones laborales o salario. En la pelea ejemplar de jubilados, jubiladas, personas con discapacidad y el persona de la salud pública. Con la organización democrática desde abajo, buscando imponer el fin de la repudiada tregua que sostienen la CGT y las CTA.
Esta perspectiva de lucha sostuvo y sostiene el Frente de Izquierda. Peleando en el Congreso y en las calles; denunciando cada ley reaccionaria y apoyando cada pelea en curso. Esa coherencia es la que volverá a llevar al Congreso en las elecciones del 26 de octubre.
[1] Carlos Pagni, El Nudo, Editorial Planeta, 2023. CABA, p. 405