lunes, 21 abril, 2025
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El papa Francisco, testigo y protagonista de la larga y compleja relación del peronismo y la Iglesia

El papa Francisco, quien murió este lunes a los 88 años, lo dijo de todas las maneras posibles: no fue peronista ni militó en la agrupación Guardia de Hierro, expresión del peronismo ortodoxo fundada al despuntar los años 60 como parte de la llamada Resistencia peronista. Esa facción, entonces asilo residual de posiciones de extrema derecha en proceso de adaptación al Movimiento creado por Juan Domingo Perón, alcanzaría su mayor influencia en la década del 70, en la cual terminaría siendo refugio doctrinario ante las organizaciones armadas de la izquierda juvenil autopercibidas peronistas.

El cura Jorge Bergoglio nunca sintió que expresara alguna de las variantes conocidas del peronismo orgánico a través de los años. Sin embargo, las más de las veces, aunque con acento en el sentido pastoral, pensó, actuó y procesó los hechos sociales y políticos de la Argentina como si hubiese sido un cuadro justicialista. Quizás por eso, Francisco, mejor: Bergoglio, decidió un buen día tomar el toro por las astas y salir al ruedo, quizá debido al fastidio propio de quien se veía señalado con frecuencia por su vecindad con ideas y dirigentes peronistas/kirchneristas.

En el libro “El Pastor/Desafíos, razones y reflexiones de Francisco sobre su Pontificado”, de los periodistas Sergio Rubín y la italiana Francesca Ambrogetti, ha dicho: “Nunca estuve afiliado al partido peronista. Ni siquiera fui militante o simpatizante del peronismo. Afirmar eso es una mentira”, aseguró en esas páginas, en las cuales abundaría en detalles: “Tampoco estuve afiliado a Guardia de Hierro como dijeron algunos». Sin embargo, en ese mismo libro el Papa lanzaría un dardo casi en tono de provocación: “En la hipótesis de tener una concepción peronista de la política, ¿qué tendría de malo?”, preguntaba y se preguntaba.

En términos generacionales, circunstancias de la vida religiosa y personal de Bergoglio se solapan con los surcos que el peronismo fue dejando en la historia social de los argentinos, más allá de los reñideros y trincheras de la política real. Nacido en 1936, atravesó su segunda infancia y principios de la adolescencia bajo el signo de la expansión del peronismo y sus ideas políticas y sociales, llamadas a dividir aguas en la escena nacional. No había cumplido 20 años cuando ya insinuaba el despertar de su interés por la teología, en cuyas fuentes y en las Sagradas Escrituras descubriría la compasión hacia los desposeídos, los pobres de toda pobreza, sentimiento natural en la Doctrina Social de la Iglesia, ya desde los tiempos de las Bienaventuranzas consagradas en la Biblia. Bergoglio se ordenaría de sacerdote en 1969, el año de la insurrección popular del Cordobazo y de la radicalización de la clase obrera argentina, en particular en los grandes conglomerados industriales cordobeses. También recibiría los votos sacerdotales un año antes del asesinato del dictador Pedro Eugenio Aramburu y de la aparición en la vida pública de Montoneros, sus ejecutores.

Foto de la familia Bergoglio, con Jorge Mario ya ordenado sacerdote, que integró una muestra de la Organización Internacional Italo Latino Americana.

Se trataba de un grupo de jóvenes formado en hogares ultracatólicos, vecinos a un nacionalismo clerical distante del nacionalismo popular que pregonaba el peronismo, del que esos jóvenes en armas habían oído hablar a través de maledicencias y “leyendas negras” de boca de sus padres, tíos y abuelos. Se diría que Francisco, antes de serlo, había sido testigo de la primera grieta entre los argentinos. Las represalias gorilas devolverían con excesos el autoritarismo peronista de los días dorados en el gobierno. Apenas un año después del golpe de la Libertadora, en ese paisaje de ánimos destemplados y revanchismo violento, el joven Bergoglio decidiría el comienzo de su largo peregrinaje clerical. Su ingreso al Seminario Metropolitano de Villa Devoto, cuando el barrio era un conglomerado de casas bajas sin parentesco alguno con su glamour de estos días, significaría el mojón cero que al final del camino lo transformaría en el 266° Vicario de Cristo en la Tierra.

No hay rastreo alguno de cuánto pudieron influir los hechos cismáticos entre la Iglesia y el peronismo durante 1955 en la vocación de Bergoglio. Lo cierto es que dos años después comenzaría el largo camino del sacerdocio. En esa senda, todo el cuerpo doctrinario que iría abrazando con el correr de los años como parte de su formación intelectual, pastoral, y también de su destino personal, confluirían en la llamada “opción preferencial por los pobres”, ya fermentada en la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín (1968) y expresada más tarde en la de Puebla (1979). Después de ambos cónclaves, Juan Pablo II haría el esfuerzo intelectual de observar esa “opción preferencial” como una cuestión pastoral antes que una doctrina revolucionaria.

El espíritu insurgente de época de los 60 y 70 iluminó sólo en parte el compromiso de Bergoglio, quien siempre se sintió más cómodo con la versión doméstica de los “curas villeros”, ajeno a esos tiempos violentos en los que un fusil al hombro tenía más peso que la palabra de Cristo, cuando la Teología se había vuelto Teología “de la liberación” y los sacerdotes se transformaban en “curas del Tercer Mundo”. Aun así, antes de ser Francisco, pero sobre todo cuando lo fue, transformaría su refugio de Santa Marta en un peregrinaje continuo de argentinos de toda procedencia institucional y política, aunque no a todos les daría el mismo trato: con las licencias del caso, podría decirse que hizo de su comarca vaticana a veces el portal de Belén y otras, exagerando, el chalet de Puerta de Hierro.

El Seminario Metropolitano en el barrio de Villa Devoto, de 400 años, donde se formó Jorge Bergoglio como sacerdote. Foto AP

Su amable y prolongada tertulia con una Cristina Kirchner en pleno duelo por la muerte de su esposo, con su furia personal ya calmada, marcaría un contraste imposible de no percibir cuando le tocó el turno al presidente Macri, a quien el pontífice le dedicó una mueca de disgusto y un breve tiempo de un besamanos frío y protocolar. La cara de Bergoglio se transformaría así en un emoticón de altísimo voltaje político. Y de ese modo contribuiría a exaltar el imaginario de su empatía con el peronismo en versión kirchnerista. En persona, supo ser amable y hasta afectuoso con Milei, incluso en el encuentro en el Vaticano quiso saber “¿te cortaste el pelo?”. En cambio, no se cansó de confrontarlo en lo ideológico y discursivo cada vez que pudo. Y ejerció la paciencia y la tolerancia ante uno que otro exabrupto del presidente.

Francisco supo ponerles la otra mejilla a los desplantes de Cristina, quien el día de su consagración diría: “Hoy es un día histórico. Por primera vez en los dos mil años de la historia de la Iglesia va a haber un Papa que pertenece a Latinoamérica … le deseamos de corazón a Francisco I que pueda lograr mayor grado de confraternidad entre los pueblos, entre las religiones… Que esa opción por el nombre de Francisco, porque creo que es por San Francisco de Asís, esa opción por los pobres, (sirva) para reencontrarnos todos los seres humanos…” En sus palabras Cristina no fingió júbilo alguno, acaso quiso que se notaran los rencores aún vivos de los desencuentros políticos del comienzo de la era K, sobre todo con Néstor Kirchner. El mensaje de la Casa Rosada fue clarísimo: el Papa consagrado el 13 de marzo de 2013 era más latinoamericano que argentino y más Bergoglio que Francisco. Clásico duelo entre peronistas, aunque no lo fuese en términos rigurosos.

En la era Milei ambos aprendieron a navegar en aguas encrespadas, pero nunca atravesaron tormentosas insalvables. Los Kirchner, en cambio, lo habían elegido tempranamente como uno de sus enemigos, en esa vocación por la querella y los rencores como modo de ejercer la política y el poder. Nunca habían digerido el Tedeum de 2004, cargado de inequívocas alegorías políticas, en el que el arzobispo Bergoglio dijera: “Este pueblo no cree en las estratagemas mediocres y mentirosas. Tiene esperanzas, pero no se deja ilusionar con soluciones mágicas, nacidas en oscuras componendas y presiones del poder. No lo confunden los discursos. Se va cansando de la narcosis del vértigo, del oportunismo, el exhibicionismo y los anuncios estridentes”. Aquel kirchnerismo naciente llevaba ya un año en el poder. Kirchner se sentiría aludido. Difícil pensar que no lo había sido. Bergoglio, después de todo, era un jesuita, un disidente por naturaleza, un refutador siempre dispuesto a transgredir. Se sentía más en sintonía con los mandantes que con los mandatarios, fuesen éstos quienes fuesen.

Al inicio de su pontificado, Francisco recibió a la por entonces presidente de Argentina, Cristina Fernández. Foto EFE

Los Kirchner asistirían a un último Tedeum en 2006, y se irían de la Catedral Metropolitana con semblantes contrariados, que apenas se ocuparon de disimular. A los pocos meses, Kirchner aludiría al vocero del Arzobispado del peor modo: «Nuestro Dios es de todos, pero cuidado: el Diablo también llega a todos, a los que usamos pantalones y a los que usan sotanas”. Analistas y observadores de la época especularían con que esas palabras estaban dirigidas a Bergoglio y no a su informal portavoz. Cristina Kirchner preferiría no confrontar tan directamente, pero lo haría con los hechos. A partir de 2007, ya presidenta, nunca más pisaría la Catedral de Buenos Aires y llevaría los tradicionales Tedeum al interior del país. ¿Reñidero peronista, duelo de temperamentos encontrados o sólo diferentes funciones entre el poder temporal y el espiritual?

Lo cierto es que Francisco creía, y así lo dijo en numerosas oportunidades, que su apoyo a los movimientos sociales era consecuencia del cambio en la estructura social argentina. Solía decir que los sindicatos se ocupaban y daban cobertura y representatividad al trabajador con empleo, integrado al sistema; y que los desocupados, al margen de toda institucionalidad, no tenían otro referente que la protesta callejera, encauzada y ordenada por los movimientos sociales y la práctica del piquete. Difícil refutar que el ideario peronista, tal y cómo lo concibió el creador y padre del Movimiento, Juan Domingo Perón, guarda similitudes notorias con la Doctrina Social de la Iglesia, de antiquísima data.

Se trata de un compendio de documentos y manifiestos de las Sagradas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia, en comunión con las acciones de fieles y laicos, que han reivindicado desde la noche de los tiempos la justicia social como idea fuerza para combatir la pobreza y otras inequidades sociales. Más aún: todo indica que el término “justicia social” fue acuñado por el sacerdote italiano Luigi Taparelli en un libro de su autoría, escrito en 1843, en Livorno, en la zona de Toscana. Taparelli pertenecía a la orden de los jesuitas, como Bergoglio. Hasta donde es lógico pensar, no más que una curiosidad del destino.

Tedéum del 25 de mayo de 2006, en la Catedral porteña, donde Bergolgio saluda al entonces presidente Néstor Kirchner y su esposa, la senadora Cristina Fernández. Foto Archivo Clarín

Quizá en ese cruce de caminos podrían rastrearse los lejanos orígenes y coincidencias de la Iglesia con un partido político en la Argentina como nunca antes. Fue algo así como el embrión de la idea del “papa peronista”, identificación que Francisco nunca quiso asumir, aunque tal vez lo hizo en varias ocasiones como una travesura de su inconsciente. Quizá lo que más haya sorprendido a buena parte de la sociedad fue cierto “protectorado” de Francisco hacia las andanzas, siempre regadas de una buena dosis de patoterismo político, de Juan Grabois. Quizá esa actitud, más paternal que militante, exceda el vínculo político que se le adjudicó. Habría que retroceder a los tiempos en que Bergoglio ponía en marcha su recorrido sacerdotal.

Por entonces, una de las agrupaciones de jóvenes más movilizadas era el Frente Estudiantil Nacional (FEN), bajo mando de Roberto “Pajarito” Grabois, el padre de quien hoy lidera una de las organizaciones sociales que el Papa juzga necesarias para no haya desmadres callejeros en la Argentina, como ocurriera en 2001. Hacia 1972, cuando crecía el movimiento de la llamada “izquierda nacional” para refundar al peronismo desde el marxismo, Grabois padre elegiría el lugar del peronismo tradicional para oponerse a la dictadura. Así, incorporaría su corriente estudiantil a la ortodoxia de Guardia de Hierro, influyente en la Universidad del Salvador, bajo control jesuita, orden de la cual Bergoglio ya era tributario. Grabois padre fallecería en diciembre de 2024, a los 82 años, pero dejó la semilla y los recuerdos del pasado en su hijo Juan, que al parecer Bergoglio o Francisco nunca olvidaron. El Papa no tuvo en cuenta que el hijo de aquel “Pajarito”, muchas veces se comportaría como un pajarón, para usar un vocabulario de vieja data que retrataba a los desubicados de conductas erráticas.

Y no sería la única señal de esa afinidad entre Bergoglio y cierto peronismo institucional. En el pasado, cuando desde Roma recibió la orden de traspasar la conducción de la Universidad del Salvador a laicos no religiosos, el cura jesuita nombró para esas faenas a dirigentes que habían tenido roles estelares en Guardia de Hierro, como Francisco Piñón y Walter Romero. En 1977, Piñón sería quien condecoraría en la USAL al almirante Massera, integrante de la Junta Militar que doblegó al país con una inusitada violencia criminal.

El baño de sangre que cayó sobre el país a partir del golpe del 24 de marzo de 1976 abriría el capítulo más polémico y conflictivo de la biografía del entonces obispo, que lo llevaría en 2010 a declarar ante la Justicia en calidad de testigo. Se trató del caso de la desaparición de dos curas jesuitas, Orlando Yorio y Ferenc Jalics, secuestrados el 23 de mayo de 1976 por un comando de la Marina (Grupo de Tareas 3.3.2), en la villa 1-11-14, barrio Padre Rodolfo Ricciardelli, del Bajo Flores, en donde cumplían tareas misionales y de asistencia comunitaria. Sin embargo, habían sido delatados por el presunto desarrollo de actividades terroristas. Los curas, sometidos a torturas y vejámenes en los primeros días de cautiverio, serían liberados cinco meses después, el 23 de octubre de 1976.

Imágenes que recuerdan los siete años de dictadura en Argentina.

En su libro “Código Francisco”, una detallada investigación sobre el caso y sobre el estelar significado del papa Francisco como nuevo “actor global”, el periodista y profesor de Historia Marcelo Larraquy, señala: “Después de algunos días de detención ilegal en la ESMA, Yorio y Jalics fueron trasladados a una casa clandestina de la Marina en el norte del conurbano bonaerense. No hubo más interrogatorios ni torturas, pero el secuestro se fue alargando durante varios meses. El 23 de octubre de 1976 fueron puestos en libertad. Descendieron de un helicóptero en un decampado. Estaban drogados y semidesnudos. Yorio y Jalics fueron a rezar ese mismo día a la iglesia Corazón de María, en Constitución.”

El autor aclara en una nota al pie de página: “Sobre la liberación de los sacerdotes no se pudo establecer si fue por el resultado del pedido de Bergoglio a los dos jefes de la Junta Militar (se refiere a las reuniones de Bergoglio con Videla y Massera); si influyó la gestión del Nuncio Pío Laghi, que había sido informado del secuestro por el Provincial; si prosperó la gestión en la Santa Sede del fundador del CELS Emilio Mignone -su hija Mónica continuó desaparecida- o si fue parte de un acuerdo de la Armada con los obispos locales, que en los días previos a la liberación de Yorio y Jalics publicaron un documento de condena al marxismo y a las ‘desviaciones doctrinarias’ sin mencionar la desaparición de los jesuitas.”

Poco más de un año después de las liberaciones, Massera sería declarado Doctor Honoris Causa por la jesuítica Universidad del Salvador, con asistencia a la ceremonia de dirigentes de Guardia de Hierro, quienes miraban con simpatía un eventual apoyo a Massera desde el peronismo cuando llegara el tiempo de la apertura democrática. De hecho, al marino, luego condenado por violar derechos humanos, lo condecoraría un ex militante de los guardianes, Francisco “Cacho” Piñón.

Al momento de los secuestros Bergoglio era la máxima autoridad de los jesuitas en el país. De acuerdo a su declaración judicial, los había advertido en varias oportunidades de que se exponían demasiado con sus prédicas en favor de posturas radicalizadas de la Iglesia en defensa de los desposeídos, testimonio que daría a conocer por primera vez, antes de ser llamado por la Justicia, en el libro “El Jesuita”, de Rubín y Ambrogetti.

En 2005, casi 30 años después, en plena tormenta de los Tedeum que habían enfrentado al obispo con los Kirchner, el abogado Marcelo Parrilli, vinculado a organismos de derechos humanos y miembro fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), entidad de relevante actuación durante la dictadura, desteñida luego por la politización que le confirieron algunos de sus miembros, llevó adelante esa denuncia de presunta complicidad de Bergoglio con las detenciones ilegales de los dos jesuitas, en base únicamente a recortes periodísticos y al contenido del libro “Iglesia y Dictadura”, de Emilio Fermín Mignone, de reconocida militancia en los derechos humanos, también integrante del CELS. Extraña coincidencia en el tiempo con la discordia entre el matrimonio Kirchner y el jesuita obstinado en decirle las cosas en la cara en cada Tedeum del 25 de mayo.

El periodista Horacio Verbitsky, de reconocida cercanía con el kirchnerismo, seguiría reflotando esa versión que adjudica a Bergoglio la entrega a las patotas de la dictadura de sus dos curas. Larraquy cita en su investigación “Código Francisco” al juez del Tribunal Oral Federal 5, Germán Castelli, quien condenó a los marinos que secuestraron a Yorio y Jalic, pero no imputó a Bergoglio, en ese entonces cardenal primado de la Argentina.

El 8 de noviembre de 2010, el arzobispo de Buenos Aires contestaría durante casi cuatro horas las preguntas de los fiscales, del juez y del abogado de la querella, Luis Zamora, en el marco de la causa ESMA. Consultado por la declaración judicial de Bergoglio, Castelli, citado por Larraquy, sostuvo: ‘Es totalmente falso decir que entregó a esos sacerdotes. Lo analizamos, escuchamos esa versión, vimos las evidencias y entendimos que su actuación no tuvo implicancias jurídicas en estos casos. Si no, lo hubiésemos denunciado. No juzgamos si Bergoglio pudo haber sido más o menos valiente. La pregunta es si entregó a los sacerdotes o no. Y coincidimos en que no hubo razones para que lo denunciáramos.”

Jueces llegan en el 2010 a la curia para escuchar la declaración de Bergoglio.

Los dos curas jesuitas ya están muertos. Sólo queda en pie la consideración del Tribunal Oral 5, que exime a Bergoglio de la grave acusación, con aires de caza de brujas. También permanecen en la escena las embestidas que la pluma de Verbitsky se empeña en mantener activas en esta cuestión, pese a que Bergoglio dejó en el pasado las querellas con los Kirchner. Con mirada retrospectiva, bien podría decirse que esa porfía Verbitsky-Bergoglio se asemeja más a una riña de añejos rencores entre peronistas que, en todo caso, siempre estuvieron en veredas opuestas y expresaron miradas diferentes sobre el peronismo.

En términos de su catecismo político, Francisco consideró que el Estado es la institución fundamental para equilibrar la relación de fuerzas en la puja distributiva. En sintonía con la mirada peronista del Pacto Social, lo consideraba el mejor árbitro entre las fuerzas del capital y del trabajo, la institución adecuada para atenuar las asimetrías sociales que podría generar un capitalismo salvaje, sin diques de contención. El Papa solía mencionar esa aspiración social en modo didáctico como “la doctrina de las tres patas”. Más peronismo, difícil.

Puede decirse que Bergoglio ha compartido una vida con el peronismo. Con un pie adentro y otro afuera, siempre lejos de las estructuras institucionales. Nunca se sentó a la mesa de los banquetes partidarios, pero admitió su simpatía con las primeras nutrientes filosóficas del Movimiento fundado por Perón. Un equilibrio entre el pastor y el hombre de estado vaticano, es decir el jefe político. Vio nacer al peronismo, atravesó sus conflictos, asistió a sus transformaciones genuinas y a sus metamorfosis menos benignas. Lo vería sufrir y derramar sangre hermana en nombre de sagradas rebeldías que acaso nunca hayan sido tales ni tantas.

A los 8 años, en 1945, después de los acontecimientos del 17 de octubre, criado en un hogar que fluctuaría entre un antiperonismo moderado y un gorilismo extremo, según él recordaría ya siendo Papa, escuchó que la Pastoral de la Iglesia llamaría con poco disimulo a votar por la fórmula Perón-Quijano en las elecciones presidenciales del año siguiente. Pocos meses después, el 10 de diciembre, a días de cumplir los 9 (nació el 17 de diciembre de 1936) sabría por diarios y radios que “el coronel del Pueblo” se casaba con María Eva Duarte, una actriz en ascenso, en un lugar que con los años se volvería lejanísima premonición: la Iglesia San Francisco de Asís, en la calle 12 entre 68 y 69 de la ciudad de La Plata, como quedaría sentado en el acta 2997 de ese día. Con lo cual el coronel, en vigoroso tránsito a la vida política, acallaría la ira de los altos mandos del Ejército por el concubinato con una actriz carismática y transgresora, a quien le adjudicaban una vida en pecado.

Juan Perón y Eva Duarte, en acto de la CGT, el día del renunciamiento a la candidatura de Evita, 1951. Foto Archivo Clarín

El 24 de febrero de 1946, Bergoglio tenía 10 años cuando el país inauguraba una época con el triunfo electoral de Perón. El presidente ratificaría el decreto ley del gobierno de facto de 1941 que había introducido la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, aboliendo el tradicional laicismo de la histórica Ley 1420 de 1884. A los 12 años, en 1949, en el cenit de apogeo del peronismo iniciático, terminaría su nivel primario con un sexto año como interno en el colegio de los Santos Ángeles, en Ramos Mejía, en el marco de un sistema educativo que promovía un “nuevo orden cristiano”, producto de la entonces férrea alianza del peronismo con la Iglesia. Esas primeras huellas en su formación, siembra futura de su sistema de valores y creencias, se verían contrariadas con episodios que se desencadenarían en cascada.

Cuando tenía 19 años, el 10 de noviembre de 1954, en un discurso insolente según la cúpula de la Iglesia, Bergoglio escucharía perplejo cómo Perón transparentaría malestares subterráneos que se habían incubado entre las facciones extremas del Gobierno y los cuadros católicos ultramontanos, sobre todo a partir del monopolio de la enseñanza religiosa. Con una lengua en llamas, Perón llamaría “subversivos” a algunos curas, que serían encarcelados. Aquel “Braden o Perón” de la campaña de nueve años atrás había mutado a una simplificación temeraria y de explosivo potencial: “Cristo o Perón”.

Jorge Bergoglio bendice el casamiento de Sergio y Ana Gobulin en 1975. Foto Gentileza familia Gobulin

Esa fractura con la Iglesia al parecer sería un estigma que acompañaría para siempre a Bergoglio. Algunos observadores conjeturaron que le generaría conflictos internos acerca de cómo posicionarse en su condición de pastor ante una disputa básicamente terrenal como aquella, que dejaría cicatrices por décadas entre los argentinos. La desconfianza de Perón “con los curas”, en especial con la Curia Metropolitana, probablemente haya sido alimentada en vida por la visceral antipatía de Evita hacia ellos. Perón no vio los límites o no los quiso ver y nombraría en público a quienes consideraba “curas perturbadores”, casi todos ellos miembros de las más altas magistraturas clericales del país, quienes azotaban al presidente de la República en los sermones dominicales en distintas diócesis.

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