El próximo 20 de enero Donald J. Trump asumirá por segunda vez la presidencia de los Estados Unidos.
Es un hecho histórico: solo Grover Cleveland había sido dos veces presidente en períodos separados (1885/1889 y 1893/1897). Trump logró un triunfo destacado por la cantidad nominal de votos y permitió al Partido Republicano ganar una elección popular -sin depender del colegio electoral- estando en la oposición por primera vez desde 1980 cuando Ronald Reagan venció al aspirante a la reelección James Carter.
La nueva gestión de Trump parece ser para la Argentina una etapa con más connotaciones locales que lo usual.
Hay 4 grandes ámbitos desde los cuales la relación binacional es significativa.
En primer lugar, Argentina mantiene un relevante comercio de bienes bilateral: EE.UU. es el tercer mayor socio de nuestro país -muy cerca de nuestro segundo socio, que es China-. En 2024, EE.UU. recibió exportaciones argentinas por unos 6.800 millones de dólares (7,7% del total exportado) y generó importaciones argentinas por unos 7.000 millones de dólares (10,5% del total). Nuestras ventas hacia EE.UU. se componen principalmente de minerales, metales y bienes de la industria alimenticia; y nuestras importaciones desde aquel país se integran mayormente por químicos, máquinas y aparatos y minerales.
Pero en el comercio mundial hay una creciente incidencia de los servicios. Y EE.UU. es el mayor destino de las exportaciones de servicios argentinas (los que le siguen son Brasil y Uruguay), lográndose ventas argentinas -en 2023- por unos 4.500 millones de dólares anuales (más del 25% del total exportado).
Un tercer ámbito de importancia radica en que EE.UU. es el país que ocupa el primer lugar en el ranking de la inversión extranjera directa recibida en Argentina (especialmente dedicada a minerales, manufacturas y comunicaciones), registrándose hoy en Argentina un stock de inversiones estadounidenses de unos US$28.000 millones (un 19% del total en el país).
Y un cuarto ámbito de importancia se centra en que el país del norte es origen de las mayores decisiones y calificaciones para el financiamiento argentino.
Sin embargo, en adelante la intensidad del vínculo podría mejorarse sustancialmente. El potencial es grande. Argentina es uno de los cinco países del mundo con menor participación del comercio internacional en su economía y es el que menor ratio de inversión extranjera en relación al PBI exhibe en nuestra región. Y Estados Unidos es el mayor importador del mundo y el mayor inversor extranjero en el planeta. EE.UU. es también el principal emisor de financiamiento del mundo y el mayor socio en el FMI (con 16% de votos en el Fondo).
Así debe decirse que, a futuro, la segunda administración de Donald J. Trump puede generar para nuestro país escenarios diversos.
Por un lado, es anticipable un buen apoyo de la entrante gestión republicana para un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (el solo hecho del triunfo del magnate cambió el tenor del diálogo entre el FMI y Argentina). Por otro lado, la muy buena relación personal entre Trump y Milei supone un basamento político de alta significación: fortalece la posición interna del Gobierno argentino, mejora la perspectiva que el mundo financiero tiene de nuestro país y también la prospectiva para los inversores en la economía real.
En tercer lugar, en materia geopolítica será influyente la cercanía entre los dos líderes (y la escasez de otros aliados norteamericanos en Latinoamérica; justo cuando el secretario de Estado entrante, Marco Rubio, será por vez primera un latino -de familia cubana- con una mayor sensibilidad por la región que la de sus predecesores).
Un reciente estudio del World Economic Forum (“Geopolitical Rivalry and Business”) muestra que, desde hace un par de años, las empresas mundiales conceden a las condiciones geopolíticas una importancia mayor en decisiones de negocios que la que les conceden a asuntos que antes lideraban sus prioridades (como los ambientales o el cumplimiento de estándares ESG). Y un trabajo de la UNCTAD muestra que, en los últimos dos años medidos, el comercio internacional en el mundo creció 6,2% entre países geopolíticamente aliados y decreció 5,7% entre países geopolíticamente distantes.
A propósito de ello, el presidente Javier Milei ha anunciado su interés de negociar un Tratado de Libre Comercio con EE.UU., lo que no parece sencillo.
Por un lado, están las restricciones formales que impone el Mercosur -lo que asegura una dura discusión que, dentro del bloque, impulsará Argentina, que ejerce la presidencia pro tempore del acuerdo en este semestre-. Y además, las históricas posiciones de Trump en esta materia no lo ponen precisamente del lado de los aperturistas.
Pero más allá de que es previsible que Trump impulse relaciones discriminativas en favor de aliados y en contra de adversarios a través de un modelo selectivo y preferencial, no puede descartarse, en esta materia, alguna solución intermedia: un acuerdo de complementación económica que mejore condiciones para el comercio bilateral solo para algunos rubros de interés recíproco como servicios tecnologizados, energía o minerales.
Por su parte, es cierto que en sus intervenciones públicas el presidente electo de EE.UU. ha mencionado su vocación de imponer aranceles a sus importaciones y que, de ocurrir, podría afectar el comercio de Argentina con el país de norte además de empeorar las condiciones generales económicas internacionales (más inflación en EE.UU., mayor tasa de interés y apreciación del dólar consecuentes, y un impacto en el funcionamiento de las cadenas de valor globales).
Pero, a la vez, debe decirse que la imprevisibilidad en las conductas del presidente electo (y el equipo multicolor que ha formado, en el que hay partidarios de mayores aranceles y otros que prefieren la agilidad del comercio internacional) impide saber con seguridad hacia dónde va la nueva administración en el mediano plazo, más allá de los movimientos iniciales.
Hace pocos días el Washington Post aseveró que los planes arancelarios solo afectarían a algunas “importaciones críticas”, en línea con la idea de algunos analistas que aseveran que estas posturas del presidente electo son instrumentos de negociación para obtener ventajas en los vínculos bilaterales y no posturas ideológicas definitivas. Más allá de cómo comience la gestión en esta materia, es difícil en esto predecir el mediano plazo.
Y ello debe compatibilizarse con otra idea de la administración entrante: reducir fuertemente regulaciones y cargas impositivas internas, lo que bajará costos de operación en la mayor economía del mundo (con impacto internacional, considerando que los mayores obstáculos en EE.UU. no han sido arancelarios sino regulativos).
Así, se inicia otra etapa en el vínculo bilateral. Habrá oportunidades, pero también riesgos. Habrá mucho por trabajar y los resultados dependerán de numerosas circunstancias que pueden deparar beneficios solo si se conjugan acertadamente en una relación integral y compleja.