jueves, 14 noviembre, 2024
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La obsesión por el ajuste, la catarsis de Javier Milei y la cita en Palm Beach

Javier Milei exacerba su compulsión por el ajuste. Lo que a otros políticos les hubiera dado vergüenza explicar -una reducción del déficit de más de cinco puntos del PBI en un año, por ejemplo-, a él le fascina. Hace una puesta en escena permanente. “Ustedes son el combustible para que yo me levante feliz todos los días”, les dijo a los funcionarios y empleados del Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado, el viernes, en una visita que parecía relámpago, pero que se estiró durante cerca de dos horas y que incluyó diálogos y fotos hasta con los mozos. El Presidente repasó en ese ámbito varias iniciativas por las que, cree, la motosierra y el achique del Estado solo pueden derivar en un despegue de la economía. El estilo presidencial, provocativo, audaz y por momentos salvaje, se mantiene aun en reuniones íntimas, donde no hay necesidad de convencer al otro. Hace unos días, frente a un interlocutor con el que se reúne de modo espaciado pero a solas, Milei lanzó una aseveración que dejó perplejo al invitado: “Con lo que hicimos hasta ahora, ya somos la mejor presidencia de la historia”.

Su estructura de personalidad avasallante, donde lo enfático y lo vehemente podría serle útil -según la óptica desde la cual se lo mire- para generar autoconfianza o disolver inseguridades para enfrentarse a los demás e intentar contagiarlos, ya es materia de estudio entre sus fieles y detractores. La adulación de su figura, por parte de él mismo y de quienes lo rodean, nunca cede. Al contrario: se potencia a medida que asoma algún dato positivo de la gestión.

Aquel tipo de frases son su marca registrada y emergen al compás de las circunstancias. Sus colaboradores recuerdan que hace varios meses declaró que él y Donald Trump eran los políticos más relevantes del mundo. Trump todavía no había afrontado el tramo más caliente del proceso electoral. Se desconoce cómo le habrá caído aquella aseveración al nuevo jefe de la Casa Blanca, quien tampoco se caracteriza por una autoestima equilibrada. Los mileístas sostienen que se trató de una frase profética y que actuará en su favor.

Por lo pronto, visten de épica el contacto que Milei mantendrá la próxima semana en Mar-a-Lago, Palm Beach, la opulenta residencia de Trump a orillas del Atlántico, en Florida, de 126 habitaciones y 33 baños, que el magnate adquirió en 1985. El encuentro, de concretarse, persigue varios objetivos. El primero: la foto, que vendría a ratificar el eje Washington-Buenos Aires, algo que al Gobierno le serviría para dejar atrás el episodio del voto en contra del embargo económico contra Cuba, que motivó el despido de la canciller, Diana Mondino y la asunción de Gerardo Werthein, quien impulsa un cambio de imagen y un recorte en embajadas, cuando no el cierre en algunos países africanos, como publicó Clarín el domingo pasado.

Aunque no lo dirán abiertamente, en el Ejecutivo conservan la ilusión de un gesto del presidente electo para destrabar la ayuda del Fondo Monetario Internacional a la Argentina. Estados Unidos tiene un poder crucial en el organismo. La victoria de Trump, sin embargo, se produjo en un período en el que, desde el Ministerio de Economía, han dejado entrever que ya no existe una obsesión por un nuevo pacto, un poco por especulación y otro tanto porque, con un espíritu que no reinaba hace algunos meses, suponen que se puede avanzar igual. “Salimos de la recesión y estamos acumulando reservas”, dicen.

Eso lleva, incluso a funcionarios con perfil moderado, como Guillermo Francos, a desafiar al establishment. “Es hora de que inviertan un poco de guita en el país, ¿no?”, les dice el jefe de Gabinete a los empresarios con los que se mantiene encuentros reservados. Francos se reunió con Luis Caputo apenas regresó de su reunión con la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva. El timonel de Economía le adelantó que en el Fondo “cambió la onda con la Argentina” y que está todo más alineado. Pero, al mismo tiempo, Toto sostiene que no hay urgencia para cerrar un acuerdo a cualquier precio, salvo que Trump decida apostar fuerte y rápido.

Hasta ayer, ninguna comunicación oficial dio cuenta de que Milei y Trump hayan mantenido una charla telefónica, pese a que el ganador de las elecciones del martes lo hizo con muchos mandatarios. ¿Es posible que lo hayan hecho y se haya acordado no comunicarlo? Es lo que sugiere una fuente importante del Ejecutivo. O quizá sea una forma de minimizar por qué no dialogaron. O de trasladar la expectativa a una posible reunión en Palm Beach en el marco de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), que se hará entre el jueves y sábado próximos. “Estamos trabajando en eso”, dicen en Cancillería.

Hasta ahora, Milei tiene para mostrar un video de un minuto y cuarenta segundos, de hace ocho meses, en el que le dijo a Trump que sería el próximo mandatario de Estados Unidos. Eso y su devoción constante hacia el líder republicano. Lo une a él un estilo similar de comunicación, la confrontación con el progresismos y el feminismo y una verba agresiva contra periodistas y opositores, incluso con quienes no lo sean del todo, pero que se animan a plantear diferencias. La grieta es negocio para ambos. Hay historiadores que se animan a plantear que en Estados Unidos la sociedad no se encontraba tan dividida desde la guerra civil. Milei se prepara para un 2025 electoral con más tensión y, posiblemente, con Cristina Kirchner y el peronismo como desafiantes centrales.

En ciertos aspectos fundamentales de la economía, Milei y Trump están en veredas opuestas. El empresario llega al poder por segunda vez con promesas de proteccionismo (anunció una suba fuerte de aranceles a los productos extranjeros que apuntan a darle beneficios a la industria manufacturera para generar empleo) y en La Libertad Avanza se habla siempre de una política comercial aperturista.

Si le tocara sentarse con Trump mano a mano, Milei no profundizará en esas cuestiones. Se concentrará en las coincidencias y buscará mostrarse como su aliado principal en Latinoamérica. Ya dio muestras de un pragmatismo brutal cuando le tocó negociar con China por el swap y por las exportaciones. Hasta prometió una visita al país de Xi Jinping. El régimen chino pasó de enemigo a aliado, sin escalas.

Ahora, Argentina necesita acordar con el FMI. Un nuevo préstamo, que los más cautos auguran en 10 mil millones de dólares y los más jugados en 20 mil, podría convertirse en el paso final para levantar el cepo cambiario antes de las legislativas. El gran golpe de efecto con el que sueñan los libertarios mientras la macroeconomía se acomoda.

Aquí también el mileísmo es ambivalente: por un lado, Milei empieza a gitar la idea de que “se puede crecer” sin cepo; por otro, da a entender que con una suma cercana a los 10 mil millones “lo levantaría mañana mismo”. La reducción de la brecha entre el dólar oficial y el paralelo -el viernes cerró por debajo del 10 por ciento- genera un entusiasmo adicional en la Casa Rosada. “Estamos a un paso”, aseguran los más optimistas. Otras voces siguen viendo riesgos y alertan sobre el tembladeral que podría provocar en enero la asunción de Trump y sus primeras medidas. Una disparada del dólar podría trasladarse a precios y afectar el rumbo inflacionario. Lo único que, según Milei -junto al equilibrio fiscal-, no puede tocarse.

En el medio, el Gobierno sigue librando algunas batallas que considera vitales. En los últimos días fue el turno de los gremios aeronáuticos. Hubo una apuesta a todo o nada. Milei anunció que “se termina Intercargo”, la empresa estatal que se ocupa de brindar servicio en los despegues y aterrizajes de los aviones y, al mismo tiempo, promueve la privatización o cierre de Aerolíneas Argentinas.

Los reiterados paros en los aeropuertos de Ezeiza y Aeroparque le han sido, en algún punto, funcionales. En los últimos días, en el Gabinete se viralizaron por WhatsApp los cortes de entrevistas en TV con pasajeros furiosos porque no les entregaban las valijas o porque los dejaban como rehenes en una aeronave parada. “Música para nuestro relato”, decían.

El viernes, al final, se produjo una tregua con los gremios y se esfumaron los paros que estaban programados, al menos mientras dure la negociación por los salarios y ciertos puntos de los convenios colectivos. En los aeropuertos volvió a reinar la paz.

Una paz, como puede imaginarse, precaria y efímera.

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