Los indicios fueron emergiendo en las últimas semanas de julio, y hubo que repasarlos y analizarlos una y otra vez para vencer la incredulidad: ¿era posible que además de haber montado un millonario circuito de corrupción con los seguros para el Estado, como todo parecía confirmar, Alberto Fernández también le pegara a su pareja mientras ejercía la presidencia de la Nación? Extraños movimientos en el expediente y algunas sigilosas reuniones permitieron conectar esas señales, hasta que apareció un documento oficial, indubitable: la justicia tenía elementos decisivos para afirmar aquella sospecha que parecía insensata.
Clarín publicó la información el domingo 4 de agosto, con el correspondiente -y muy ambiguo- descargo del expresidente en la voz de quien era su abogado y fue designado para responder las preguntas de este diario: el circuito periodístico profesional había sido cumplido, y la historia que los argentinos debían conocer respecto de quien habían elegido para dirigir el país por cuatro años ya estaba en la calle. Pero esa difusión desencadenó una ola de sucesos que este lunes, exactamente tres meses después, alcanzaron una cota histórica: el fiscal Ramiro González corroboró esas y otras golpizas de Fernández a su mujer, Fabiola Yañez, a quien además hostigaba, acosaba, insultaba, ninguneaba y destrataba casi desde que se conocieron. Los verbos son escrupulosamente tomados del dictamen judicial.
La huella de esas agresiones pudo reconstruirse, límpida, en la investigación iniciada dos días después de la primicia de Clarín, el martes 6 de agosto, cuando Yañez viró su negativa a denunciar a su expareja hacia una contundente presentación ante el juez Julián Ercolini por Zoom y desde Madrid, que originó la inmediata orden de que Fernández no pueda acercarse, ni siquiera comunicarse con Fabiola por ningún medio. La mujer declaró ese día que era víctima de «terrorismo psicológico» por parte del expresidente de la Nación.
El jueves de esa misma semana, su entorno filtró a la prensa las primeras imágenes de su ojo amoratado por un supuesto golpe de Fernández, que habían sido enviadas por WhatsApp a la secretaria privada del exmandatario, María Cantero, en medio de un pedido de ayuda para que la mujer intercediera ante el presidente de la Argentina y así cesara de golpearla. Las fotos y las capturas de conversaciones entre Fabiola y Fernández, y la joven con Cantero, son las que había encontrado la justicia cuando analizó el celular de la secretaria presidencial, y que ocasionaron un incidente judicial reservado al que este diario terminó accediendo.
Clarín no publicó fotos ni audios para no revictimizar a Yañez, que hasta ese momento se había negado a denunciar al padre de su hijo.
Pero la intervención de la prensa alteró el frágil equilibrio que Fernández había logrado pactar con su exmujer, a fuerza de amenazas y promesas, manipulaciones extremas y súplicas desesperadas. Esos devaneos fueron registrados en chats e intercambios que luego fueron incorporados al expediente y reflejan los manejos del el expresidente para evitar una denuncia penal en su contra y las negociaciones para negar la revelación de este diario y los hechos que se habían divulgado.
Como en otros casos en los que la asimetría de poder entre víctima y victimario es muy grande, la difusión de los golpes y agresiones por parte de Fernández funcionó como un estímulo y también un reaseguro para que Yañez diera el paso que no se había atrevido a hacer: la cáscara de silencio había sido despedazada, y los hechos quedaron desnudos en su gravedad.
Sólo era el principio: aquella denuncia provocada por las fotos del teléfono de María Cantero y la nota de Clarín abrió una caja de Pandora inesperada, de la que surgieron decenas de incidentes e historias de humillaciones, insultos, zamarreos, cachetazos casi diarios, golpes y empujones en el suelo, aún con Fabiola embarazada de Francisco Fernández.
Con precisiones y pruebas, varios de esos incidentes fueron corroborados por el fiscal González, cuya investigación requirió más elementos que los habituales en cualquier causa por violencia de género. Otros, no menos lamentables, terminaron hechos a un lado en el dictamen final de acusación contra el expresidente, que deberá explicarlos cuando el juez Ercolini le ponga fecha a su indagatoria.
Ese día, Fernández quizás decida con cuál de sus hasta ahora contradictorias y fallidas coartadas buscará desmentir a la madre de su hijo: ¿las caídas y golpes autoinfligidos de una alcohólica perdida, o los enigmáticos tratamientos de belleza que habrían abombado el rostro de Fabiola? Sin elementos que las abonasen, ninguna de ellas siquiera fue considerada por el fiscal. Eso sí, jamás faltan en los labios de ningún acusado de golpeador.