El 17S mostró que la movilización universitaria y de la salud puede torcerle el brazo a un Gobierno en crisis. Es un triunfo, sí. Pero nada está garantizado: falta el Senado, falta la aplicación y, sobre todo, falta un plan de lucha desde abajo para que el pueblo trabajador no pague la crisis ante la fuga de capitales que puede llevar a una nueva devaluación, caída del salario, jubilaciones, presupuestos de ajuste y una vuelta de la inflación. Construir una fuerza desde abajo, contra la espera que propone el peronismo, se vuelve una tarea urgente.
El miércoles 17 de septiembre miles de estudiantes, docentes, no docentes, trabajadores de la salud, con el Garrahan como punta de lanza, y jubilados rodeamos el Congreso para enfrentar los vetos de Javier Milei contra la emergencia pediátrica y el financiamiento universitario. Afuera, columnas diversas; adentro, el tablero electrónico marcó una derrota pocas veces vista para el oficialismo: 181 votos para insistir con la ley Garrahan y 174 para la universidad, superando holgadamente los dos tercios. Fue una victoria forjada en la calle, con movilizaciones en distintas partes del país, asambleas en decenas de universidades y colegios, vigilias y debates.
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Desde la semana anterior a la votación el clima en las universidades comenzó a cambiar. Se realizaron clases públicas en la UBA, en los colegios pre-universitarios de CABA como el Nacional y el Carlos Pellegrini, en la Universidad Nacional de La Plata, en la UNSAM, la UNGS, la UNTREF, en la Universidad Nacional de Rosario, en la Universidad Nacional del Comahue, en la Universidad Nacional de Jujuy y en la Universidad Nacional de Tucumán. También se realizaron tomas y vigilias culturales en la Universidad de Rosario, en la Universidad de La Plata, en Filo y Letras de la UBA, y en la UNGS.
Con nuestra Red de agrupaciones Enclave Roja dimos una pelea para que en la movilización se exprese un polo independiente de las autoridades universitarias agrupadas en el CIN (Consejo Interuniversitario Nacional) que el año pasado negociaron el presupuesto a costa del salario de los docentes; y sin tener ninguna confianza en el Congreso. Los diputados y diputadas ya han demostrado que no tienen ningún problema de ponerse la peluca y votar en contra de la educación, la salud y los jubilados. Solo confiamos en nuestra fuerza organizada desde abajo y en cada facultad.
Por eso, nuestra política fue potenciar el desarrollo de clases públicas, de asambleas y espacios de organización y debate de estudiantes, docentes y nodocentes. En muchas facultades surgieron asambleas “autoconvocadas” ya que la política de las conducciones fue convocar a la marcha pero manteniendo normalidad en las facultades. No hay normalidad posible cuando el gobierno ataca nuestra educación.
En cada asamblea también argumentamos sobre la necesidad de unir a los sectores en lucha para enfrentar a Milei. Sabemos que nadie se salva sólo, que la Universidad no se va a salvar sóla. Por eso este 17 mostramos la unidad y potencialidad que tiene unir nuestros reclamos con los trabajadores del Garrahan, con los jubilados que nos muestran cómo pelear cada miércoles, con el colectivo de discapacidad y todos aquellos que somos flanco de este gobierno. Por eso movilizamos bajo la consigna “Abajo los vetos, el plan de Milei y el FMI”.
El 17 la bronca contra la política del gobiero se expresó en distintos puntos del país: desde la masiva concentración en Congreso en la ciudad de Buenos Aires; la movilización en Córdoba fue de 30.000 con una gran cantidad de docentes movilizados; en Mendoza movilizaron 20.000 desafiando el código contravencional de Cornejo y en San Rafael tuvieron que enfrentar la represión; la movilización de 4.000 personas en General Roca en Río Negro; En R0sario participaron más de 40.000 personas; en Neuquén movilizaron 20.000 personas abajo de la lluvia; en Mar del Plata se realizó una movilización de más de 8.000 personas; en Bahía Blanca participaron 3.000 personas; y 2.000 personas en Tandil; en Tucumán movilizaron 6.000 personas; en Jujuy se concentraron 2.000 personas.
La movilización a nivel nacional fue mayor a la del 2 de octubre donde también se trataba el veto a la Ley de Financiamiento Universitario y menor al 23 de abril donde marcharon 1 millón de personas (y 450 mil personas en CABA). Esta vez la marcha expresó mayor componente ciudadano, muchos de los grupos, instancias de organización de base, y activismos surgidos en la lucha universitaria del año pasado, se reactivaron. Sin embargo, la ausencia de una política de organización por parte de las conducciones hizo que se llegase a la movilización con una menor organización previa. En este marco se abre un debate en relación a ¿cómo la seguimos? ¿Qué se necesita para triunfar? ¿cómo superamos la política de las actuales conducciones?
¡Luchar sirve!: la relación de fuerzas y lo que falta
Apenas se supo la noticia de la caída del veto se escucharon festejos y gritos de alegría en el Congreso. Las redes se llenaron de memes y la gente que estaba en la plaza se quedó tomando algo hasta tarde. El control de la calle, otra vez, fue total. El protocolo de Bullrich no existió y hasta algunos de sus diputados rompieron la “disciplina” del bloque (anticipando otra panquequeada de Patricia?). Es un triunfo popular, que volvió a demostrar que luchando es la forma de defender y conquistar nuestros derechos.
Hay que decirlo y celebrarlo, pero no hay que ser facilistas ni pensar que esto es mecánico. Que el gobierno esté en una crisis terminal no significa que el ajuste haya sido derrotado, es más: puede que en su último suspiro intente apretar el acelerador, como lo expresa el proyecto de presupuesto enviado al congreso y que estipula un ataque de plano a la educación, la salud y las jubilaciones.
Nada está garantizado sin lucha. Los vetos deben ser rechazados también en el Senado; distintos medios admiten que el oficialismo llega más débil allí y que la ratificación “se descuenta”, pero hasta que no suceda, no sucedió. No tenemos ninguna confianza en los senadores que ya se han dado vuelta en más de una ocasión.
Y aun si triunfamos en el Senado, resta la aplicación efectiva. Milei ya ensayó una táctica con la ley de discapacidad: anunciar que la promulga pero no reglamentarla ni aplicarla “hasta definir financiamiento”, e incluso explorar judicializar o reglamentar de modo que no se pueda aplicar. No es un problema técnico: es relación de fuerzas. Si hace falta, buscarán chicanas para cajonear lo que ganamos en la calle. Por eso no alcanza con votar: hay que imponer su aplicación.
En este punto conviene ser claros: el plan económico no se cae solo. Las derrotas parlamentarias y el tropiezo electoral en PBA agrietaron la gobernabilidad, sí; pero Milei y Caputo sostienen el rumbo, con aval del FMI, y sólo un gran plan de lucha en las calles, coordinado y sostenido, puede tirar abajo el paquete de ajuste. Como decía el otro día nuestro compañero Christian Castillo: “la calle triunfó sobre el palacio”, pero ahora hay que redoblar la organización desde abajo hasta tirar todo el plan económico.
La movilización demostró ser el camino para enfrentar los vetos y al gobierno. Frente a la mediocre actuación de las conducciones sindicales y estudiantiles, se vuelve necesario redoblar la organización desde abajo para imponer un plan de lucha que permita derrotar a Milei. Tenemos que tomar esta pelea en nuestras manos. Es el momento de ir por más.
Crisis en las alturas, el momento para golpear es AHORA
Nuestra lucha tampoco fue un rayo en cielo sereno. Veníamos de una semana caliente: corrida cambiaria, suba del riesgo país y quema de reservas del Banco Central para intentar contener al dólar dentro de la banda; señales de un plan económico que hace agua o, mejor dicho, que tiene pérdidas por todos lados. Un gobierno en crisis es como un barco con grietas: cualquier ola lo hunde un poco más. Una situación crítica en los mercados” con una enorme fuga de capitales que pueden llevar a que el gobierno pierda el control de la crisis.
Y ya el gobierno venía de dos tsunamis: el escándalo de corrupción en discapacidad (que hizo del “Karina alta coimera” un nuevo hitazo popular) y el golpe político del derrumbe electoral bonaerense del 7/9, que dejó al Gobierno contra las cuerdas. Aun así, el resultado en Diputados no se explica sin la presión social sostenida de meses: las asambleas del Garrahan contra el desfinanciamiento y los ataques del ministro-empresario Lugones, la ola universitaria con paros, clases públicas y tomas, los organismos de discapacidad y el movimiento de jubiladas y jubilados que enfrentaron represiones y aprietes.
La escena parlamentaria también evidencia la debilidad y los manotazos de ahogado: el oficialismo llegó debilitado, no logró retener a aliados, intentó compensar con ATN millonarios a provincias clave –como Misiones– y aun así perdió por paliza, como lo registraron incluso medios afines al establishment. Frente a la debilidad del gobierno nacional, los mandatarios provinciales ahora buscan imponer más condiciones. Pero no porque se opongan al programa de ajuste del mileísmo, al que acompañaron durante casi un año y medio. Buscarán continuar con un sendero de ajuste pero a su manera.
Hasta ahora el gobierno tuvo muchos cómplices que le permitieron gobernar y aplicar la motosierra. Los radicales y peronistas que se ponían la peluca en una ley, o tenían “ausencias estratégicas” están recalculando. No porque hayan cambiado de política sino porque no quieren ser parte de la banda sonora del Titanic. Todos se dan cuenta que hay otro humor social y que el argumento del gobierno de que hacían “el ajuste más grande del mundo” con apoyo popular se cayó. O dicho de otro modo, en realidad este Gobierno fue siempre así de débil y los corresponsables de que haya llegado hasta acá son los colaboracionistas que le dieron gobernabilidad en nombre de una supuesta opinión pública favorable.
Nuestro compañero Fernando Rosso describió la sensación que quedó post marcha sobre la situación de un gobierno que fanfarroneó, descalificó e insultó a todo el mundo en función de atribuirse un apoyo popular y una legitimidad que hoy parece dejar al “rey desnudo”: Perdió el crédito social, perdió a los aliados, perdió el control de la calle, perdió el Congreso, perdió las redes, perdió en los mercados, perdió la mística y perdió a los chupamedias. Perdió. Lo peor no es perder, lo peor es la cara de boludo que te queda.
¿Cómo la seguimos? Un debate con las conducciones y el peronismo
La alegría del 17S es genuina y nuestra. Pero sobre esa alegría hay que pararse para pelear conclusiones. La primera: las direcciones burocráticas fueron, otra vez, el techo de la jornada. La CGT no movilizó con todo y mantiene una tregua de hecho con el Gobierno; su “nueva” consigna de que “la unidad es el escudo” expresa, más que una disposición a luchar, la voluntad de administrar la crisis hasta 2027. Mientras miles rodeaban el Congreso y agitaban paro general, el Confederal cegetista preparaba su recambio de autoridades y un libreto de “confrontación” controlada que busca contener la bronca sin un plan real de lucha. No es una novedad; es parte de un dispositivo que ya vimos desde que asumió Milei y que queda más expuesto ante la tremenda crisis que estamos atravesando. Las conducciones de la CGT y la CTA siguen de brazos cruzados, manteniendo una pasividad cómplice que puede darle aire al Gobierno si se sostiene en el tiempo.
En el movimiento estudiantil la actitud de algunas conducciones parece ir en el mismo sentido como ya veníamos viendo desde el año pasado. Muchos centros de estudiantes conducidos por el peronismo y la Franja Morada llegaron al 17S sin una preparación a la altura o se limitaron a tercerizar la orientación en rectorados y decanatos, de sus mismos colores, que a su vez confiaron en que “los votos en el Congreso” resolverían todo. Esa lógica de delegación ya mostró sus límites el año pasado, cuando el CIN (conducido por los mismos radicales y peronistas) organizó la gran marcha universitaria y enseguida volvió a la mesa chica con los mismos bloques que, una y otra vez, terminaron acompañando piezas clave del ajuste y dejando tirado a los docentes en su reclamo salarial. Quieren que todas las luchas terminen en el cauce institucional: la misma salida que nos llevó a la situación actual. Antes era el “que no daba la relación de fuerzas”, ahora el que “hay que sacarlo en las urnas”. Pero ya sabemos que eso nos desorganiza, nos quita fuerzas.
Esto nos lleva a una segunda conclusión en relación a una discusión con el peronismo en torno a qué estrategia tenemos que llevar adelante para enfrentar al gobierno. El peronismo, con el gobernador Kicillof buscando apoyos en los grandes empresarios dando entrevistas en Clarín y La Nación, pretende negociar en buenos términos con el oficialismo. Dejan correr el ajuste, apostando a volver en el 2027, como si el pueblo pudiera aguantar dos años más de ajuste y saqueo; una historia que ya vimos con Macri en 2018.
Es necesario combatir esta idea de votar y esperar a 2027 mientras Milei destruye todo. La espera es criminal, la economía se degrada por día: dólar desbocado, reservas rifadas, bonos en caída y riesgo país en niveles de colapso. Lo que se pierde en salarios, educación, ciencia y salud no vuelve solo con el calendario. Esta política desarma la organización y nos deja quietos mirando el calendario. Si queremos derrotar el gobierno, las jornadas del 17 muestran que es en las calles y organizados. El 17S mostró fuerza; ahora hay que convertirla en organización sostenida y un programa que realmente se proponga terminar con el ajuste.
Tampoco podemos contentarnos con votar al armado albertista de Fuerza Patria, que nos trajo hasta acá. Porque hay una tercera conclusión ligada a por qué peleamos. No alcanza solo con derrotar los vetos, hay que enfrentar el conjunto del plan del gobierno y el FMI. La situación actual marcada por una profunda crisis, hace necesarias medidas urgentes. El capital financiero, que tuvo su fiestita bajo el gobierno de Milei, ahora están huyendo vaciando el país. El gobierno está buscando un salvavidas en un nuevo préstamo de Estados Unidos. Urge articular un plan de lucha para que los platos rotos no los paguemos nosotros con devaluaciones, caídas del salario, y presupuestos de ajuste. Bajo el mando del FMI, buscan garantizar que los intereses de los poderosos se mantengan intactos.
Mientras el país esté atado al FMI, no habrá “presupuesto real” para universidades, ciencia o salud. Lo que no se dispute con plan de lucha, lo ordena el Fondo por arriba. En eso nos diferenciamos también de la estrategia del peronismo, recientemente Kicillof planteó que romper con el FMI es “infantil”. Romper con el Fondo es una primera medida de autodefensa ante la catástrofe que nos amenaza. O construimos la fuerza social que imponga otro rumbo, romper con el FMI, recomponer salarios con cláusula gatillo, presupuesto de emergencia, desconocimiento de la deuda, nacionalizar el sistema bancario, o el péndulo entre el “veranito” y la catástrofe lo seguirán moviendo los mismos de siempre. Frente a situaciones excepcionales, necesitamos también medidas excepcionales y radicales. Solo el Frente de Izquierda está planteando esta perspectiva: coherencia y unidad entre las luchas en las calles y en el congreso, con un programa que se proponga verdaderamente terminar con el sometimiento y una salida favorable para la clase trabajadora.
Preparar la próxima pelea desde abajo: Senado, aplicación e ir por más
La próxima estación es el Senado, pero no debería ser el destino final. Que el oficialismo llegue más flaco en la Cámara Alta y que la ratificación de las insistencias parezca “casi cantada” es, a lo sumo, una condición favorable; no una estrategia. El verdadero desafío es transformar la alegría del 17S en fuerza organizada para imponer la aplicación efectiva de lo conquistado y, a la vez, abrir un rumbo que no dependa de los vaivenes del recinto. Porque ya conocemos el libreto del Ejecutivo: promulgar sin aplicar, retrasar reglamentaciones o vaciarlas “hasta definir financiamiento”.
Por eso, más que “esperar el Senado”, hace falta impulsar la continuidad del proceso que abrió el 17S. En las facultades, en cada asamblea, en cada instancia de base, los docentes, los no docentes y los estudiantes tenemos que construir un plan de lucha en unidad con todos los sectores agraviados por el ajuste de Milei. Nuestra organización y movilización no puede estar atada a los tiempos del rectorado ni de las autoridades peronistas y radicales que hasta ahora negociaron con el gobierno. Los centros de estudiantes dirigidos por la Franja y peronismo que siguieron esta estrategia hasta ahora quieren repetir lo del año pasado siendo parte del freno que tantas veces sufrió el movimiento estudiantil cuando la espera pasiva o la subordinación a las autoridades se convierten en la antesala de la desmovilización. La experiencia reciente –de la reaparición del movimiento estudiantil a las asambleas de estas semanas– mostró que cuando la base se expresa sin tutelas, arrastra a sectores que venían quietos.
Esa misma lógica vale para los trabajadores de la salud, discapacidad y jubilades. Lo que el 17S articuló en la calle no puede deshilacharse. Si el Ejecutivo ensaya el “promulgar pero no aplicar”, la respuesta no es una cadena de tuits, sino una cadena de acciones que vuelva visible la legitimidad social del reclamo y costoso su incumplimiento: clases públicas, guardias de agitación, vigilias en hospitales y facultades, presencia sostenida en el Congreso cuando haga falta. No para confiar en el Parlamento, sino para condicionarlo desde afuera, como ya ocurrió cuando la multitud se hizo oír y cayeron los vetos en Diputados.
“Esperar a 2027” es una quimera peligrosa: lo que se pierde hoy en salarios, ciencia, educación y salud no vuelve solo con el almanaque. La única garantía es un plan de lucha que no dependa de la buena voluntad de las cúpulas, que obligue a las centrales a moverse y que ponga en escena la posibilidad de una huelga general política si el régimen insiste en no cumplir ni siquiera lo que se le impone por ley. La universidad y la juventud podemos ser el puntapié para esta pelea.
Nuestras agrupaciones tienen una doble tarea: profundizar la autoorganización independiente luchando y, a la vez, dar la batalla electoral con el FIT-U para que la expectativa se transforme en programa: romper con el FMI, recomponer salarios con actualización automática, presupuesto de emergencia para universidades, ciencia y salud financiado a partir del no pago de la ilegal e ilegítima deuda externa. El 17S mostró que se puede torcer el brazo del poder; ahora hay que mantenerlo torcido hasta que caiga el ajuste en su conjunto y ganar la pulseada.
Quedémonos con la imagen del 17S: el abrazo entre una médica residente del Garrahan y una estudiante de primer año que llega a su primera movilización. Eso vale oro. Esa unidad y fuerza social son las que pueden forzar al Senado y obligar a aplicar lo conquistado; son, además, las que pueden hacer caer el ajuste en su conjunto.
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Gabi Phyro
Historiador. Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica
Juliana Yantorno
@JuliYantorno
Socióloga UNLP, becaria doctoral Conicet