Jo Fidgen y Katy Takatsuki
BBC Outlook*
El día en el que Tété-Michel Kpomassie se enteró de que en Groenlandia no había serpientes o lagartos fue el día en el que decidió dejar su natal Togo para irse a vivir al ártico.
En 1958, y con apenas 16 años de edad, Tété-Michel había aprendido de primera mano que, aunque no ocurriera una mordedura, cualquier encuentro con una serpiente podía resultar mortal: una tarde, mientras comía coco en lo más alto de una palmera, se había topado con una serpiente de frente y, al intentar evadirla, tuvo una aparatosa caída desde casi 10 metros de altura.
El joven pasó los siguientes tres días sin poder dormir debido a que sus sueños se convirtieron en pesadillas llenas de serpientes. Su padre, un electricista y curandero ocupado con las responsabilidades que conlleva tener 8 esposas y 26 hijos, resolvió que la única manera de ayudarlo sería llevándolo a ver a la sacerdotisa experta en el culto de la pitón.
“Esa noche, me hicieron un baño de purificación”, le contó Teté-Michel Kpomassie al programa Outlook de la BBC, ya con 80 años de edad, “y la sacerdotisa le dijo a mi padre que yo debía convertirme en un sacerdote del culto de las serpientes”.
Su padre, honrado, aceptó, pero para Tété-Michel, la idea de dedicar su vida a adorar serpientes, más que un honor, sonaba a una condena de muerte.
Durante las semanas siguientes, Tété-Michel se excusó con su padre diciendo que debía recuperar fuerzas después de la caída y se refugió en la vieja biblioteca de los misioneros franceses que estaba cerca al mar. Fue allí donde hizo el descubrimiento que le daría un vuelco absoluto a su vida.
“Había un libro -que todavía tengo por aquí- que se llamaba ‘Los esquimales de Groenlandia y de Alaska’”, recuerda Tété-Michel.
Ese libro le inspiró para emprender una titánica travesía de 8 años a través de África y Europa, antes de finalmente alcanzar la isla congelada de sus sueños; y de paso, convertirse en la primera persona del continente africano de la que se tenga registro en pisar Groenlandia.
Años después, Tété-Michel publicaría un libro relatando sus aventuras titulado “Un Africano en Groenlandia”.
Pero de vuelta a sus años de juventud, cuando todavía estaba sentado en la vieja librería de los misioneros y aún soñaba con los helados paisajes con los que lo tentaba el libro que tenía en las manos, a Tété-Michel todavía le quedaba una importante pregunta por responder si quería llegar a la tierra de los inuit: “¿dónde quedaba ese paraíso?”.
Al día siguiente de descubrir que existía un lugar helado llamado Groenlandia, Tété-Michel volvió a la librería para comprar un mapa que le ayudara a trazar los pasos a seguir.
“Me di cuenta de que Groenlandia estaba muy cerca a América, y muy lejos de África”, le contó a Outlook. “Así que empecé a concretar mi plan de escape”.
“Usé el dinero que había ahorrado para llegar a la estación de buses y pregunté si un conductor podía llevarme a Ghana. No pensé en ninguna otra dificultad”.
Lo que Tété-Michel no sabía aún era que le iba a tomar 8 años lograr atravesar África y Europa antes de poder alcanzar Dinamarca, el reino al que pertenece Groenlandia.
Cuando finalmente llegó a Copenhague, dice que habló con un asistente consular y que éste había tratado de hacerle entender lo difícil que sería lograr su cometido.
“En Copenhague me preguntaron: ‘¿Qué vas a hacer en Groenlandia?’. Yo respondí: ‘Voy porque leí que no tienen serpientes’. Me preguntaron por la temperatura de mi país, yo dije: ‘No sé, unos 30 grados centígrados’. Ellos me respondieron: ‘En Groenlandia las temperaturas alcanzan los -40 grados. Es una diferencia demasiado grande como para que sobrevivas’”.
“Pero estaba convencido y compré mi boleto. El bote se dirigía a Julianehaab, también llamado Qaqortoq en groenlandés, en el sur de Groenlandia”.
En el camino de siete días en barco hacia Qaqortoq, Tété-Michel empezó a ver con sus propios ojos algunas de las maravillas que su libro le había prometido.
“Fue cuando vi que en verano no hay noche realmente. Además, fue la primera vez que vi témpanos: al principio eran como pequeños trozos de hielo que parecían cisnes, pero se hacían inmensos, hasta convertirse en imponentes montañas de hielo”.
“A veces, el interior del bote se ponía tan frío que me dolía respirar”.
Quizá ninguna imagen fue tan impactante como la de su llegada a Qaqortoq.
Hacia las 8 de una mañana de junio de 1967, el barco en el que viajaba Tété-Michel llegó a Groenlandia. y, esperándolo, se encontraban todas las personas que vivían en el pueblo. No sabían que esa mañana, iba a ser la primera vez que iban a ver a un hombre negro.
“Miré por la ventana del barco y vi a toda la población reunida en la orilla. Y fue cuando me pregunté cómo reaccionarían cuando vieran a un hombre negro, porque todos los demás a bordo eran blancos”.
Tété-Michel dice que para su descenso del barco, se tuvo que preparar casi como si fuera un actor. Y luego, dio su primer paso en Groenlandia.
“En el momento en que me vieron, todos dejaron de hablar”.
Luego de unos segundos de silencio intenso, Tété-Michel empezó a acercarse a la sorprendida multitud y se dio cuenta de que algunos niños estaban llorando, y que se referían a él con nombres en el idioma local.
“Me acerqué lentamente a ellos y la multitud se abrió paso para dejarme pasar. Oí que los niños me llamaban Tornasuk o Qivittoq. Ésos eran los nombres de los espíritus en sus leyendas: gigantes negros que vivían en las montañas».
Pero como el miedo y la curiosidad muchas veces van juntos, fueron los niños de Qaqortoq los que primero se enamoraron de este “gigante africano”: lo apodaron así por sus 1,80mts de estatura, que lo hacían verse como una maciza estatua de ébano cuando se paraba al lado de los locales, quienes apenas alcanzaban los 1,60 metros de altura.
“Después de que me separé de la multitud en el puerto, todos los niños me siguieron y la policía de Qaqortoq tuvo que conducir detrás de nosotros. Les preocupaba que los niños me abrumaran. Me escoltaron hasta la casa donde iba a vivir”, recuerda Tété-Michel.
“Pero los niños no se fueron, rodearon la casa y se quedaron allí durante horas. Cada vez que me veían en la ventana, gritaban: ‘¡Una, una, una!‘, es decir: “¡Mira, mira, mira!”.
La aceptación de los niños del pueblo empezó a extenderse por todo el pueblo, recuerda el hombre.
“Los adultos eran tímidos y reservados. Se me acercaban, pero sus reacciones eran más comprensivas una vez que los niños me aceptaban. Siempre que salía, los niños me seguían. Me preguntaban mi nombre y querían estrecharme la mano. Se convirtieron en mis amigos, en mis mejores amigos, en realidad”.
Recuerda que empezó a recibir invitaciones de los habitantes locales a todo tipo de planes: lo invitaban a una cerveza o a degustar platos más tradicionales de la zona.
“Cuando llegué a una casa donde me recibieron y mi anfitriona -que se llamaba Paulina- me ofreció algo y me dijo: ”Tikilluarit, eres bienvenido», y sacó mattak, que es piel de ballena blanca. Es cruda y se mastica como chicle. Se sirve con grasa de foca. Y yo al principio temí por mi estómago».
Tété-Michel, además, empezó a comparar el estilo de vida que tenían estas personas de este sitio remoto en el sur de Groenlandia, con el de su vida anterior en Togo.
“En África, la jerarquía es muy estricta, pero en Groenlandia no hay nada parecido. Era una sociedad que nunca antes hubiera imaginado. Podía ver el contraste con mi propia cultura”, recuerda Tété-Michel.
“Pero lo que realmente me encantó de Groenlandia fue su animismo, que me recordó a África. Creen que cada objeto tiene alma: las focas, las ballenas, los renos salvajes; todos los animales tienen un espíritu, al igual que los humanos. Eso refleja nuestras propias creencias en Togo”.
Luego de unos meses en Qaqortoq, Tété-Michel empezó a darse cuenta de que la experiencia allí era muy similar a la de Dinamarca, y que, para poder acercarse a sus sueños de ir en trineo con huskies y cazar focas en el hielo, tendría que continuar su travesía hacia el norte.
“Pasé el invierno en un pueblo muy pequeño: 29 casas, 170 personas y 600 perros”, recuerda. Y fue allí donde aprendió a andar en trineo.
“Un trineo tirado por perros es un vehículo muy bajo, a tan solo 20 centímetros del suelo”, dice Tété-Michel. “Cuando te sientas en él, sientes que el hielo está tan cerca que crees que te vas a caer. Pero cuando los perros empiezan a tirar, la sensación es extraña porque estás tan bajo que no sientes que se esté moviendo”.
“Observas a los huskies que van delante y levantan ráfagas de nieve y hielo que te golpean la cara. Cada cinco minutos más o menos, tienes que pararte y correr al lado del trineo, y luego volver a subirte para calentarte. Te abres el anorak para sentir el calor de tu propio cuerpo en la cara. Es una sensación maravillosa”.
“Si te tumbas en el trineo y miras al cielo, oyes los latidos de tu propio corazón. Como todo está tan silencioso, hace bum, bum, bum. Tienes la impresión de que tu corazón late como el corazón de todo el universo. ¿Qué más necesitas en la Tierra?”.
Además, fue en esa parte del mundo donde realmente aprendió a dominar el frío.
“Aprendí a cazar. A veces, hay que quedarse parado en un mismo sitio durante horas. Cuando se cazan focas en el hielo, hay que esperar a que la foca salga a respirar. Se necesita mucha paciencia, hay que simplemente sentarse en un bloque de hielo”.
“Incluso a -30°C estaba sufriendo pero estaba feliz. Sentía que había conquistado mi libertad. Esa felicidad hacía que el frío fuera más soportable. Seguía a mis anfitriones todos los días en sus actividades y todo ese movimiento me mantenía caliente”.
De una manera contraintuitiva, Tété-Michel empezó a apreciar las cosas más difíciles de Groenlandia, incluído el invierno.
“En verano admiraba el sol brillando sobre los icebergs, pero en invierno admiraba la luz de la luna sobre esos mismos icebergs, y llegué a preferir la noche. Una vez que el mar se congela, los inuit se convierten en los reyes de su país. Con sus trineos tirados por perros, pueden ir a cualquier lugar que quieran. En verano, si no tienes un barco, realmente no puedes viajar. Pero en invierno, todo el Ártico se convierte en tu hogar, en tu reino”.
Tété-Michel confiesa que durante su travesía, jamás pensó en volver a África. Pero cuanto más aprendía sobre Groenlandia, sus culturas y el mundo en general, una idea se le metió en la cabeza.
“¿Qué diría mi gente de este mundo, de estas auroras boreales que nadie ha visto jamás, del hielo marino sobre el que nadie de mi familia ha caminado jamás, de los meses sin luz de día y de los meses sin noche?”, recuerda.
“De repente, sentí que tenía que regresar. Por eso dejé Groenlandia y regresé a casa”.
El joven de 16 años que había dejado Togo, buscando escaparse de un destino adorando serpientes, ahora volvería a su país como un hombre con 28 años de edad y un mundo de historias para compartir con sus allegados. Una de ellas, la historia de la nieve.
“Para explicarle la nieve a mi abuelo, le dije: ‘Atahi, respetado abuelo, imagina que todos los pájaros blancos del cielo de repente perdieran sus plumas’”.
“Al día siguiente, el abuelo hizo reír a toda la familia al decir que se había soñado con copos de nieve tan espesos que tapaban el sol, y uno de mis tíos le había preguntado: ‘¿Y qué pasó con esos pájaros que perdieron todas sus plumas? Sin alas, ¿cómo van a poder volar?’”.
“Por primera vez, la nieve se convirtió en parte de una conversación de nuestra comunidad”.
Además, gracias a sus experiencias, Tété-Michel se ganó el respeto de sus mayores.
“Cuando regresé, mi abuelo, mi padre, mis tíos y tías me escuchaban. Me di cuenta de que ellos me habían dado la vida, pero Groenlandia me había convertido en un hombre. Me convertí en una especie de sabio, alguien a quien todos prestaban atención”.
Al año de volver, Tété-Michel decidió compartir su experiencia con el resto del continente, y se dedicó a hacer un tour por África, en el que contaría lo que había visto en sus viajes al paraíso congelado de Groenlandia.
Luego, se mudó a Francia y publicó “Un Africano en Groenlandia”, libro que se popularizó y lo lanzó a la fama.
“Nunca fui a la universidad, pero hoy en día las universidades me invitan a dar charlas. Recibo correos electrónicos de antropólogos y cartas de etnólogos. Mi libro se ha convertido en un modelo para ellos.”
“He construido un puente entre África y Groenlandia. Hablo de Groenlandia todos los días, es como si nunca me hubiera ido de allí”.
BBC Mundo
Seguí leyendo
Conforme a los criterios de