jueves, 9 enero, 2025
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Quién fue Emilio Frey, el explorador admirado por Perito Moreno que dibujó los primeros mapas de la Patagonia

Emilio Frey (parado en el centro) junto a una cuadrilla de exploradores en el patagonia

Las historias de algunos pueblos pueden caber en un personaje. Emilio Frey había nacido en 1872 en Baradero, a los pies de un río gigantesco, marrón, el Paraná, que se tragaba su mirada cada mañana. Un día su padre decidió mandarlo a Zurich, Suiza, a estudiar. El abuelo Rudolph lo cuidaría. A menos de 20 kilómetros de allí crecía Rosita Schumacher en un típico cantón de la campiña suiza llamado Illnau-Effretikon. Pero el destino no quiso cruzarlos allí. Tenía planes para una región lejana llamada Patagonia y un caserío que se llamaría San Carlos de Bariloche.

Emilio se formó como ingeniero en aquella tierra lejana y regresó tiempo después a su querida Argentina. Luego comenzó a trabajar en el Museo de la Plata, cuya tarea era asistir al gobierno nacional en la exploración de la cordillera. En aquel momento Argentina y Chile se disputaban algunos territorios limítrofes y por entonces nadie podía trazar un mapa de la cordillera patagónica, sencillamente porque nadie la conocía. Allí lo mandaron a Frey con un puñado de hombres: debían estudiar la “tierra inexplorada”.

A los meses iban de campamento en campamento. El joven Emilio lideraba un pequeño equipo de exploradores en un territorio donde nadie se había atrevido: armaban balsas, construían botes, dibujaban mapas y bautizaban ríos. Mientras tanto Emilio anotaba día y noche en sus libretas de campo. Al día siguiente lo mismo: volver a cruzar ríos helados con el agua hasta el pecho y los cajones de herramientas sobre sus cabezas, avanzando emponchados sobre el bosque abovedado, saltando troncos derribados entre pumas y huemules. Cada atardecer encontraba a ese grupo acurrucados alrededor de un fuego.

La libreta de campaña de Emilio Frey

Frey era silencioso y sencillo. De esos que gustan ponerse atrás en las fotos, de esos que son admirados por su valor, su humildad y por ser el primero en servir. Su jefe era el Perito Moreno, tal vez el explorador más famoso que haya tenido la Patagonia. A pesar de los cargos, era enorme la admiración que Moreno sentía por Frey, su subalterno. Cada vez que “el Perito” se proponía viajar a la zona del Nahuel Huapi, le escribía a Frey y le rogaba que lo guíe, que le cuente de sus nuevas exploraciones y descubrimientos. No es casualidad que, tiempo después, Frey haya sido el primer director del Parque Nacional del Sur e intendente de Bariloche. Todos conocían a Don Emilio. O mejor dicho, él los había conocido a todos en el tiempo lento de lo mates.

Volvamos a Rosita. Ella seguía en Suiza y recibía cartas de su hermano Ernesto, que había llegado en 1907 en carreta a un caserío de la cordillera argentina. Era el único panadero de la zona y estaba maravillado por la comarca. En poco tiempo convenció a su familia lejana sobre lo que podrían hacer en aquella tierra prometida y todos se volvieron a reunir en 1910, ahora sí, en San Carlos de Bariloche. Allí también andaba un italiano grandote llamado Primo Capraro que presentó a los jóvenes Rosita y Emilio. En 1912 se casaron y todo el pueblo fue a la fiesta. Pero enseguida la pareja tuvo que dirigirse a caballo hacia la punta de rieles del ferrocarril. Frey debía reintegrarse a sus trabajos del ferrocarril bajo las órdenes de Bailey Willis.

El chalet de Frey que levantó Primo Capraro

Cuando por fin pudieron, Emilio y Rosita compraron el lote 45 del campito de la familia Runge. Capraro, ese italiano que los había presentado les construiría ahora un “chalet”, como decían en el pueblo. Había viajado por Suiza y Alemania y de allí se había traído algunas ideas. Además, sabía que el matrimonio Frey eran ahora criollos de sangre suiza. En 1916 comenzó la obra de la casa que se haría íntegramente con madera de ciprés. Sólo las tejuelas serían de Alerce. Mientras Frey lideraba la construcción de caminos ella impulsaba el hospital del pueblo. Cuando se terminó la obra en Los Cipreses sólo había 200 casas en Bariloche.

Los días pasaron y los visitantes llegaban de cerca y de lejos. Los Frey eran buenos anfitriones. Emilio escuchaba atentamente, casi siempre con las manos en los bolsillos, mostrando disposición y cariño. Gente sencilla e influyente. Daba lo mismo. Pero eran tantos que en un momento pensaron hacer de la casa un hotel, como para recibir mejor. La idea no prosperó. Cuando Emilio fue designado presidente de parques y decidió reglamentar muchas de sus ideas. Así fue que prohibió el corte indiscriminado de madera, la matanza de animales silvestres y la tala de bosques nativos. Era un primer paso.

Al final de sus años “Don Emilio” seguía yéndose a la montaña. Pedía permiso y salía con una pavita colgando de la mochila y una frazada de lana. Cruzaba ríos y arroyos y la tarde lo volvía a encontrar como en sus años mozos, calentándose las manos en un fogón, escribiendo alguna carta que exigía algún discernimiento.

Unos meses antes que él, murió ella. Alguien podría preguntarse por qué Bariloche no se llama Frey. La respuesta es clara: por obra de Frey. Vivió sin exhibirse, sin buscar aplausos, esquivando homenajes. Siempre fue el segundo; de Moreno, de Willis. No importaba figurar, importaba servir. Él, que plantó una carpa aquí cuando no había nadie, que descubrió el paso de los vuriloches, que estableció las reglas para proteger los bosques, que hizo los caminos, que trajo el tren, sólo dejó su nombre y una casa.

El chalet, restaurado y preservado, ahora es el local de una marca de indumentaria

Investigué la historia de Frey cuando Patagonia, una reconocida marca de indumentaria, quiso comprar la casa todavía en posesión de algunos miembros de la familia Frey, que residen en Suiza. La única condición para concretar la operación era que se preservara íntegramente el patrimonio de la casa. Esta condición que desalentaba a otros eventuales inversores inmobiliarios, sedujo aún más a la firma, que promueve el conservacionismo en todos los niveles.

Patagonia no sólo aceptó la condición, sino que redobló la apuesta: pondría en valor cada detalle de su construcción y de su historia. Contrató a arquitectos, carpinteros, tejedores, paisajistas, jardineros y artesanos de la comunidad barilochense y en diciembre abrió sus puertas. Ya no se trata de ingresar a una casa sino a una historia y las puertas están abiertas en Av. Bustillo KM 1,5 en Bariloche.

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