Vestido de negro, Pep Guardiola apeló al humor negro. “Quizás algún día ganemos”, dijo el sábado, tras la novena derrota en doce partidos de Manchester City, el equipo que hasta hace poco era acaso el mejor del mundo, pero que ahora sólo pierde y que este jueves de Boxing Day, recibirá a Everton.
Gestionar la derrota es un aprendizaje inesperado para un DT que lleva ganados 39 títulos en quince años, uno cada veintitrés fechas (14 en Barcelona, 7 en Bayern Munich y 18 en Manchester City), con una eficacia media de casi ochenta por ciento. Pero el fútbol de Guardiola no es sólo números. También es protagonismo, precisión y funcionamiento colectivo, y demanda una exigencia altísima al plantel. Años atrás, un jugador de Barcelona pidió al mozo una torta de chocolate. “Estoy harto”, dijo, “de comer pescado hervido y fruta. Que la coma él”. Hablaba de Guardiola, claro. “Si no me voy”, se dio cuenta Pep, “nos haremos daño”.
El que ahora se hizo daño fue el propio Guardiola, que un mes atrás apareció arañado ante la prensa, autolesiones después de que Feyenoord anotó tres goles en el último cuarto de hora y se llevó un 3-3 increíble. En otras entrevistas, Pep contó que tiene erupciones en la piel, que le cuesta dormir, comer, relajarse, pasar más de media hora sin hablar de fútbol, y que, ante la derrota, se siente demasiado solo, sin consuelo. Tuvo reacciones inusuales ante burlas, en la cancha y en la calle. Guardiola dijo que seguirá dos años más con el City. Completará un ciclo de diez años, mucho más de los cuatro que él mismo ponía como límite para dirigir a un equipo antes de que el desgaste dañe todo. ¿Será que los jugadores del City, ya campeones y algo más viejos, simplemente se agotaron no solo física, sino también sicológicamente de lo que implica jugar bajo las exigencias de Guardiola? Sin que sea necesaria una pelea ni mucho menos, ¿será que el vestuario del City se hartó de comer pescado hervido?
En la derrota del sábado, el equipo que hace un tesoro de la posesión, perdió la pelota a los quince segundos de iniciado el partido. El equipo maestro en variantes ofensivas, reaccionó al 0-2 de Aston Villa con un ataque siempre predecible. Erling Haland tocó su primera pelota en el área rival recién en el minuto 89. La crisis no se explica solo por la baja de Rodrigo, la más importante en medio de un tendal de lesionados. El mediocampo, siempre clave para Guardiola, sufre a Kevin De Bruyne y Bernardo Silva en modo ciclo agotado y los extremos quedan aislados. Pep designó capitán a Kyle Walker en su peor año. Agobiado por su agitada vida privada, juicios millonarios de sus parejas y expuesto por los tabloides, al punto que en 2023 quiso irse a Bayern Munich, hasta que hizo caso al ruego de Guardiola y renovó contrato. Con veteranos en crisis y sin funcionamiento poco pueden hacer los jóvenes de la cantera.
Tampoco surge el héroe salvador. Phil Foden sigue lejos de su nivel de la temporada pasada. El sábado, la posibilidad del desequilibrio quedó en los pies de Jack Grealish. Pero el ex Aston Villa, educado para respetar el fútbol posicional de Guardiola, no tiene la rebeldía juvenil de antes. Lleva más de 370 días sin hacer un gol. ¿Tiene sentido en esta tierra tan frágil seguir apostando a una defensa alta, si ahora la pelota se pierde más seguido, no hay recuperación rápida y el rival tiene tiempo y espacio suficiente para el contragolpe? “Estamos hechos para la posesión, pero en lugar de jugar en forma sencilla pasamos la pelota en el momento no adecuado y en los contragolpes tenemos que retroceder cincuenta, sesenta metros”, aceptó Ilkay Gundogan, otro que también está lejos de su nivel. Abu Dabi, patrón millonario del City, sabe que el equipo precisa renovarse. Pero allí se abre entonces otro frente de tormenta.
Lo recordó semanas atrás José Mourinho, viejo enemigo de Pep, cuando sugirió que la notable campaña del City fue lograda con trampa, referencia a los 115 cargos que imputó la Premier League al club por violación de normas financieras (los millones que se gastaron para fichar cracks). En meses más se sabrá la eventual sanción. La debacle deportiva actual coincide con el momento en que tomó cuerpo la firme posibilidad de que el City sea despojado de algunos de sus títulos y hasta castigado con la pérdida de categoría. ¿Para qué seguir persiguiendo la gloria si no servirá de nada?
Genio obsesivo del trabajo y del control (que ha perdido), Guardiola ya no escucha con tanta ironía el canto burlón de los hinchas rivales (“mañana serás despedido”). En realidad, el técnico campeón de seis de las últimas siete Premier League jamás será echado. Pero el propio Pep, el mejor DT de la era moderna, declaró que no es “lo suficientemente bueno” para sacar al City de la crisis sin fin que está sacudiendo al fútbol mundial en el cierre de año. Cada tic suyo está bajo escrutinio. En los dos últimos meses acumuló casi cinco horas y más de doscientas cincuenta preguntas obligado a explicar derrotas. La presión peor es la propia. Más invisible. Días atrás un periodista le preguntó si estaba “perdiendo la calma”. Guardiola le aclaró que, en su carrera como DT, él nunca estuvo “tranquilo”. Solo que, simplemente, antes ganaba partidos.
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