Con una relevante presencia de funcionarios del Gobierno encabezados por la vicepresidente, Victoria Villarruel, el jefe de Gabinete, Guillermo Francos y el nuevo canciller, Gerardo Werthein, la Iglesia católica celebró con una misa el 40 aniversario del Tratado de Paz y Amistad entre la Argentina y Chile firmado tras la mediación del Papa Juan Pablo II con el que se puso fin a la disputa limítrofe en la zona austral que colocó a ambos países al borde de una guerra.
En la homilía del oficio religioso que se realizó en la catedral metropolitana, el presidente de la Conferencia Episcopal, el obispo Oscar Ojea, destacó la importancia de la diplomacia en momentos en que el presidente Javier Milei lleva adelante una renovación en el ministerio de Relaciones Exteriores, que incluye una polémica auditoría entre el personal de la Cancillería para identificar “impulsores de agendas enemigas de la libertad”.
Al hacer una “memoria agradecida” a todas las autoridades civiles y eclesiásticas de la Argentina, Chile y el Vaticano que con “su tiempo, esfuerzo y profesionalidad” permitieron la preservación de la paz y el entendimiento luego de años de arduas tratativas, monseñor Ojea reconoció “el inmenso valor de la diplomacia en la vida de los Estados y sus efectos fecundos en la vida concreta de cada ciudadano”.
“La diplomacia -afirmó- es un arte, es un trabajo que exige paciencia y constancia, muchas veces silencioso, que busca unir la diversidad de vivencias históricas diferentes y muy arraigadas en la educación y en la cultura. Es un servicio a la armonía entre las diferencias. La paz social es laboriosa y artesanal. Solo es posible lograrla integrando a todos. Cuánta necesidad tiene el mundo en el que vivimos del ejercicio de esta diplomacia”.
La importante presencia del oficialismo -en el caso del canciller fue el primer contacto con las autoridades de la Conferencia Episcopal desde que asumió esta semana- se leyó, además de un reconocimiento a Juan Pablo II, como un reflejo de mantener buenas relaciones con la Iglesia católica que contribuyan a que Francisco, finalmente, venga a la Argentina.
Recordó que “hace cuatro décadas, la amenaza de la guerra entre nuestras naciones era inminente y se iniciaban los preparativos para el combate, al tiempo que las negociaciones directas sobre la fijación del límite desde el Canal de Beagle hasta el pasaje de Drake al Sur del cabo de Hornos habían fracasado”.
Agregó que “los representantes de Argentina y Chile decidieron abrir paso a una nueva vía para la resolución del conflicto: la mediación papal solicitada al Papa San Juan Pablo II, quien hacía muy poco tiempo había iniciado su pontificado”.
“Así comenzó -evocó- un período de nuevas negociaciones para alcanzar la paz entre nuestros pueblos, un proceso que culminaría en la firma del Tratado que determinó la solución completa y definitiva de las cuestiones que a él se refiere, según expresa el Preámbulo del Tratado”.
El rol de los mediadores
Tras agradecer a “Dios por el Don de la Paz”, destacó el papel que jugaron en aquellos momentos de enorme tensión los presidentes de las conferencias episcopales la Argentina y Chile, los cardenales Raúl Primatesta y Silva Enriquez, y el papel del cardenal Antonio Samoré como representante del Papa “con una paciencia tenaz y una precisa neutralidad alcanzó a divisar esa luz de esperanza al final del túnel”.
“Nos demostraron que incluso en los momentos más tensos y complejos es posible tomar decisiones que nos saquen del encierro y del temor, abriendo paso a la esperanza para reencontrar esa fraternidad tan seriamente amenazada”, sostuvo.
Exhortó a que “inspirados en el ejemplo del recordado cardenal Samoré”, resulta “necesario aprender a transitar las sendas del respeto mutuo y del cuidado de nuestras acciones, palabras y gestos para construir el bien común de nuestros pueblos”.
También estaba presente el secretario de Culto y Civilización, Nahuel Sotelo, y el sherpa del G-20 que se va a celebrar este mes en Brasil, Federico Pinedo, entre otras autoridades.